Lo sucedido antier en la más alta tribuna política del país fue un evento lamentable y vergonzoso, protagonizado por Fernández Noroña y Alejandro Moreno, episodio que termina por simbolizar el desorden y la teatralidad que con frecuencia sustituye el debate parlamentario.
Lo de ayer no será el último ni el primer evento de esta naturaleza que se dé en el Congreso. Mientras los líderes de los partidos políticos sigan más preocupados por su imagen, sus cuotas de poder y sus disputas internas que por atender las demandas del pueblo, la tribuna legislativa seguirá siendo escenario de disputas y confrontaciones.
A lo largo de la historia parlamentaria han quedado grabados en la memoria colectiva episodios poco comunes, como en el año 2001, cuando el actual diputado Ramírez Cuellar, operador de la presidenta Sheinbaum, entró a San Lázaro montado en un caballo exigiendo apoyó a los campesinos, o aquel episodio en 1988, durante la toma de protesta de Salinas de Gortari, protagonizada por el diputado (ya en esos momentos de la oposición) Porfirio Muñoz Ledo, quien increpó al presidente Miguel de la Madrid al término de su mandato, señalándolo como el orquestador del fraude electoral, lo que evidenció la crisis de legitimidad que enfrentaba el PRI, motivo por lo que se vulneró la solemnidad de un acto de suma trascendencia como la toma de protesta del Presidente de la República.
Otro evento fue durante la elección de Felipe Calderón, en 2006, Diputados y Senadores tomaron la tribuna a fin de impedir la ceremonia de toma de posesión, la cual se llevó a cabo en un ambiente de confrontación, en medio de gritos y empujones.
Algo similar se dió en 2012 con la llegada del presidente Enrique Peña Nieto. No han faltado además los enfrentamientos físicos, como aquel que tuvo lugar en 1998, entre diputados del PRI y del PRD, motivado por la discusión del presupuesto.
Sin juzgar a los protagonistas de ayer y emitir un juicio, pero sí haciendo énfasis en que ambos personajes adolecen de calidad moral, uno se agandalló la Presidencia del PRI y cuenta con carpetas de investigación por corrupción en Campeche, y el otro suele recurrir a la amenaza verbal y utilizar su físico para amedrentar a sus adversarios, pero cuando alguien se atreve a desafiarlo, como lo sucedido, evidenció que más allá de su tono amenazante, prefiere emprender la huida. Es la misma actitud que asumió durante la LXIV legislatura (2018-2021) cuando fue confrontado por el diputado Luis Miranda Nava, eventos de ayer y hoy que han convertido al Congreso en un verdadero espectáculo.
Lo trascendente es recuperar el Congreso como el espacio para el debate político, la confrontación de ideas y la obtención de consensos, pero ante la carencia de cultura parlamentaria el lugar se ha convertirlo en una arena de confrontación que opaca la discusión de fondo.
Eso debiera constituir una llamada de atención a los legisladores, quienes tendrían que avocarse a establecer sanciones para que en lo futuro se eviten este tipo de actitudes que degradan el debate legislativo, y dar paso a una verdadera política democrática en donde prevalezca el dialogo y la fortaleza de los argumentos, y no solo por la capacidad de hacer ruido y agredir verbal y físicamente al adversario.