Cultura

Apología del mestizaje

Luis M. Morales
Luis M. Morales

Hay dos maneras de combatir el racismo, cada una con diferentes armas: de un lado están los partidarios de enconar la lucha de razas, paralela a la lucha de clases, para derrocar a las castas privilegiadas, y en la esquina opuesta, los que deseamos erradicar el racismo por medio del mestizaje. Desde luego, los criollos que procreamos con mujeres cobrizas y viceversa, contribuimos mejor que nadie a forjar una patria con ideales comunes, donde no se discrimine a nadie por su fenotipo. Pero la polarización política de nuestros días no fomenta el acercamiento entre clases y razas: más bien tiende a explotar los odios más primitivos de la especie humana.

La élite criolla, hoy puesta contra las cuerdas, se las ha ingeniado para prevalecer en la cúspide de la pirámide social, y aunque ya no proclama sus fobias raciales con altavoces, los impone todavía a la chita callando. Un mestizaje más intensivo acabaría con su predominio, pero como la mezcla de razas produjo en tiempos de la Colonia varias generaciones de bastardos, los portavoces de los oprimidos (merezcan o no ese título) tienden a considerarla vejatoria.  Jamás he oído entre las proclamas de Morena un elogio del mestizaje, tal vez porque sus ideólogos no quieren apaciguar sino atizar las tensiones sociales. De hecho, las siglas del partido y la retórica bravucona de sus líderes prometen implantar una supuesta pigmentocracia, encabezada, claro está, por criollos de pura cepa (Adán Augusto, Bermúdez Requena, Ebrard, Sheinbaum, Manuel Velasco, Luisa María Alcalde) que pastorean sin recato a la raza de bronce, como antes lo hicieron Iturbide, Santa-Anna, Obregón y Calles. 

Uno de los mejores antídotos contra este alud propagandístico son dos brillantes ensayos de Agustín Basave: México mestizo y Mexicanidad y esquizofrenia: los dos rostros del mexicano, en los que desbroza la maraña de intereses, atavismos y mezquindades que nos han impedido extender o profundizar el mestizaje, para construir un país más homogéneo y justo. En los tiempos que corren su lectura es una guía indispensable para entender mejor a dónde vamos y de dónde venimos en materia de combate al racismo. Discípulo confeso de Andrés Molina Enríquez, el apologista del mestizaje más influyente del México postrevolucionario, Basave ha estudiado a fondo los pros y los contras de una doctrina que a pesar de algunos desvaríos (Molina creía necesaria una dictadura para acabar con la segregación racial) goza de plena vigencia en el México del siglo XXI. Hijo de padre criollo y madre india, Molina Enríquez vivió en carne propia la lucha de razas que deseaba trascender. “No quiso una sociedad sin clases, sino una nación sin castas”, puntualiza Basave. “El que haya diferencias de clase como resultado natural de las diferencias de aptitudes está plenamente justificado por su darwinismo social; pero la arbitraria e inicua predestinación socioeconómica del indio lo subleva… Su meta es trocar el fatalismo de la derrota indígena en el determinismo del triunfo mestizo”.

En las obras de Basave nadie podrá encontrar el menor asomo de complacencia con la minoría criolla. En el México de hoy, señala, “permanece la correlación entre raza y clase que describió Molina Enríquez: casi todos los criollos somos burgueses y casi todos los burgueses somos criollos, como en su inmensa mayoría la población indiomestiza y el proletariado son lo mismo. Esa inequidad es causa y efecto de los más destructivos, nefastos y estúpidos prejuicios”. De hecho, Basave sostiene que el racismo a la mexicana es peor que el racismo made in USA, pues allá la mayoría blanca discrimina a las minorías negra e hispana, pero aquí una minoría discrimina a la mayoría, como sucedió en Sudáfrica.

Tanto Basave como Andrés Molina Enríquez creen que México sólo será un país desarrollado y justo cuando hayamos erradicado los privilegios de casta. La pregunta es cómo hacerlo, si han persistido incólumes durante dos siglos, a pesar de varias revoluciones. La educación puede introducir en el alma de la minoría blanca un descontento gradual pero inexorable con el apartheid que sus padres y abuelos han construido. A nadie le gusta sentirse extranjero en su tierra y quizá esté germinando ya en la conciencia de muchos jóvenes criollos una sana insatisfacción con su identidad hemipléjica. Ojalá que los brotes de rebeldía perceptibles en muchos alumnos blancos de universidades privadas se traduzcan pronto en un aumento de los matrimonios interraciales. Ni el populismo neonazi de Trump ni el rencor social fomentado por los dirigentes de Morena, fundadores de la nueva oligarquía criolla enriquecida con el huachicol fiscal, pueden construir patrias con el mínimo de fraternidad necesario para vivir en paz. Quizá la gran revolución que México necesita deba estallar en la cama. 

Google news logo
Síguenos en
Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.