¿Los ideales de la democracia merecen el sacrificio de una vida humana?
Sí, siempre y cuando se trate de la propia vida. Es decir, que quien toma la decisión de ir a la guerra para defender un orden global democrático sea la misma persona que va al campo de batalla.
Hasta noviembre de 2023, según el informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, sumaban más de 30 mil víctimas entre muertos y heridos.
Es decir, durante dos años, cada 24 horas, 16 civiles murieron y 29 resultaron heridos. Seis millones de personas refugiadas. Además, hay que sumar las vidas perdidas en combate.
Ya se oficializaron las negociaciones entre EE.UU. y Rusia para concluir la guerra que se ha llevado a cabo en territorio ucraniano.
La inmensa mayoría de las guerras terminan en negociaciones, lo que no implica que el resultado de los acuerdos de paz sea justo o democrático.
Hemos recorrido el primer cuarto del siglo XXI y, en el escenario global actual, sigue siendo pertinente el argumento de la filósofa Simone Weil:
La guerra es la suprema manifestación de la fuerza, que convierte a los seres humanos en cosas. Todas las guerras nos deshumanizan.
Dos años de guerra después, y con el giro de guión en la Casa Blanca incluido, hay muchos indicios para pensar que Rusia, quien inició la invasión sobre territorio ucraniano, será el nuevo gran líder de Europa. ¿Era necesaria esta guerra?
¿Qué hacer la próxima vez que otro actor quiera invadir un país o expandir su territorio?
Hacer política por medios no violentos, como se hizo con el Estado de Israel para detener el genocidio que llevaba a cabo sobre el pueblo palestino.
De ser posible, hay que hacerlo antes de que tenga un alto costo para la vida humana y para el planeta en general.
Este es un claro síntoma de una de las crisis que enfrentan nuestros sistemas democráticos.
Tenemos el desafío de construir nuevas organizaciones internacionales efectivas para garantizar la paz.
IG @davidperezglobal
