Estados Unidos para finalizar la 2ª Guerra en el Pacífico, el 6 de agosto de 1945 lanzó la bomba atómica “Little Boy” sobre Hiroshima y el 9 la Flat Man en Nagasaki. Desde entonces cundió el temor mundial de que una conflagración nuclear termine con la humanidad.
La guerra de Rusia con Ucrania, el conflicto entre Pakistán y la India, la invasión de Israel a la Franja de Gaza, los bombardeos entre Israel e Irán y de EUA a Irán, han inflamado el miedo y nos hacen recapacitar sobre los programas internacionales que se han elaborado para evitar la proliferación de armas nucleares.
Obviamente destaca el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, por lo que es importante examinar el propósito, los efectos y los resultados que dicho Tratado ha producido.
Como todos los tratados internacionales, éste es una especie de contrato que crea derechos y obligaciones entre los Estados, con la singularidad que lo pactado es una ley para los países miembros.
Con el objetivo de restringir la posesión de armas nucleares se puso a la consideración internacional el 1º de julio de 1968; lo suscribieron la mayoría de países y entró en vigor el 5 de marzo de 1970.
Indudablemente es un esfuerzo importante de la comunidad internacional; pero su pecado de origen es ser parcial porque sólo se les permitió tener armas nucleares a Estados Unidos, Reino Unido, Rusia, Francia y China; los demás se obligaron a no desarrollarlas.
Además, padece el mismo defecto que todos los tratados, esto es, la imposibilidad de imponer coactivamente su cumplimiento.
Ante esta situación, urge un nuevo esfuerzo de la comunidad internacional que haga realizable la proposición de Franklin Roosevelt: la libertad de vivir sin miedo a la pobreza, la guerra y la represión.