Entre los filósofos, ecólogos y conservacionistas, existe una pugna filosófica que algunos han llamado la disputa entre los intervencionistas y los no intervencionistas. Estos últimos, consideran que no se debe intervenir en la naturaleza, ni para bien ni para mal, mientras que los intervencionistas consideran que cuando es para bien, se debe intervenir.
Mi opinión es que ya intervenimos bastante en la vida natural para mal, como para caer en un purismo en el cual decidamos no intervenir para bien. Ese tipo de argumentación considera que la naturaleza debe seguir su camino y que toda reserva natural debe dejarse intocada para que la naturaleza encuentre sus propias fuerzas. Esta postura es dogmática y absurda, porque insisto: ya hemos intervenido lo suficiente en la naturaleza para mal, como para no hacerlo en un momento en que se le puede hacer un bien. De hecho no se puede dejar una reserva a las fuerzas “naturales”: las reservas sufren ya las constantes variaciones de temperatura debidas al cambio climático, las inundaciones y varias otras formas de desastres naturales. Si hemos intervenido en la naturaleza de manera tan negativa ¿por qué no hacerlo de manera positiva?
Recientemente tuve la oportunidad de estar en una reserva natural en la que me tocó ver un cervatillo que corría sin su madre. El guía me dijo que ya lo habían visto y que en efecto no aparecía la mamá. Le insistí en que debieran recogerlo y llevarlo a un santuario en donde pudiera crecer, aunque ello implicara que el animal dependiera del santuario mismo. Incluso cuando salió al camino, con sumo cuidado me acerqué a él, pero salió despavorido.
Es una pena que podamos ser tan estúpidos: en primer lugar, lo suficientemente estúpidos como para hacer todo lo que ha dañado a nuestro planeta: en segundo lugar, lo suficientemente estúpidos para pretender que la naturaleza se recupere sola, en lugar de echarle una mano, ya que le hemos echado tantas en contra.
Ese día, por la tarde cayó un aguacero torrencial; pensé en el aquel animal perdido en la reserva. Seguramente estaría mojando, tendría miedo de los relámpagos, pudiera estar muriendo de hambre. Pero el afán de purismo y la pose de ser “muy naturales” obliga a los guardabosques a dejar al animal morir: no se debe intervenir ni hacer nada por salvar un animal, no se debe hacer nada que intervenga en la “pureza” de la naturaleza, como si ésta, existiera. Hemos deteriorado la vida natural a tal grado, que no podemos pretender dejarla tal cual es: no existe tal cual es: lleva ya las huellas de la destrucción que el ser humano ha infringido en ella.
Un poco de compasión, podría al menos compensar la brutal destrucción que la humanidad ha dejado a su paso.