Hay dos compositores centrales que han conformado la banda sonora de mi niñez y juventud: mi padre desde muy temprana edad y Joan Manuel Serrat a partir de mi adolescencia. Seguir las letras de sus canciones, sentirme acompañada de sus voces, caminar el mundo tomada de sus versos, me ayudó a dar pasos sólidos. A través de sus poemas siempre encontré remedios para cualquier asunto, consejos o pócimas reconfortantes; brújulas y sextantes indispensables para cruzar las tormentas de esa etapa compleja en la que ni tú mismo te entiendes.
La intención de esta columna es presentar diferentes aspectos o anécdotas relacionados con las canciones de José Alfredo. Preguntarán ustedes, con razón, ¿cuál es el vínculo entre mi padre y Serrat? No se conocieron personalmente, aunque a principios de la década de los 70 Serrat viajó a México con frecuencia; acostumbraba permanecer algunos días en el entonces Distrito Federal para ver a los amigos. Sin embargo, a papá le quedaban muy pocos años de vida, su salud estaba bastante deteriorada y cada vez se presentaba menos frente al público.
A los humanos, señala Yuval Noah Harari, nos une el acto de tejer historias, de contarnos lo que sucede a nuestro alrededor. Hilvanar los acontecimientos y transformarlos es algo que siempre vamos a hacer. Tanto Joan Manuel como José Alfredo cuentan a través de su canto episodios internos o externos que son parte de su vida o de sus reflexiones.
Serrat grabó de Jiménez “De un mundo raro”, para mí es una de las versiones más hermosas de esta canción. Me pregunto qué tema le habría grabado mi padre a él. No dudo en elegir “El horizonte”. Creo que en estos versos encontramos el mundo raro de Joan Manuel. Tejamos historias con algunas canciones de estos compositores:
“Cuando te hablen de amor y de ilusiones y te ofrezcan un sol y un cielo entero, si te acuerdas de mí no me menciones porque vas a sentir amor del bueno…”.
La primera estrofa de “El horizonte” canta así: “Puse rumbo al horizonte y por nada me detuve, ansioso por llegar donde las olas salpican las nubes y brindar en primera fila con el sol resucitado, sentarme en la barandilla y ver qué hay del otro lado”.
Son dos formas de cosmovisión que pueden dialogar a pesar de la distancia, dos maneras de buscar un imposible real. El amor y el horizonte se parecen; hay en su espectro algo inalcanzable. “Y cuanto más voy pa’ allá, más lejos queda, cuando más de prisa voy, más lejos se va…”. Mientras que las características del mundo raro de Jiménez se envuelven en la ficción: “Les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado”.
El otro vínculo está en dos letras que dedican a sus hijos. También plantean dos visiones distintas que, a pesar de la diferencia generacional; tejiendo versos con palabras sencillas que nacen del lenguaje oral, característico de la lírica popular; pero con un profundo sentimiento poético; desde luego, ligadas al momento histórico, a la época, con guiños que permiten entender cada cosmovisión. Ambas apuntan hacia un mismo deseo y el amor paterno se deja sentir.
José Alfredo inicia el poema hablando de su casa, quizás porque, desde la interpretación simbólica, representa el centro. Para Bachelard es el ser interior:
“Esta casa la compro sin fortuna, esta casa la compro con amor, pa’ que jueguen mis hijos con la luna, pa’ que jueguen mis hijos con el sol. Yo les quiero dejar lo que no tuve. Yo los quiero mirar poco a poco crecer y alcanzar una nube…”.
Es evidente que mi padre cree que al trascender lo mundano, al acercarse a los símbolos cósmicos encontraremos un espacio libre de sufrimiento. Afuera, más allá, a jugar con los astros, atrapando nubes… habrá algo superior que vale la pena. Y reafirma su deseo en la siguiente estrofa:
“Yo quisiera que Dios, que Dios los arrullara… y un mañana distinto y un distinto mañana también que Dios les regalara”.
Por su parte, Serrat, aterriza. Mientras José Alfredo viaja en el cosmos celestial, Joan Manuel rastrea el universo tangible, el aquí y el ahora:
“A menudo los hijos se nos parecen, así nos dan la primera satisfacción, esos que se menean con nuestros gestos echando mano a cuanto hay a su alrededor. Esos locos bajitos que se incorporan con los ojos abiertos de par en par, sin respeto al horario ni a las costumbres y a los que por su bien hay que domesticar…”.
Cada compositor refleja su propia cosmovisión a través de los versos y reafirma con su canto ese punto de vista que lo ha llevado a observar el desarrollo de los hijos. Dos discursos de la lírica popular manifestando una preocupación que todos los padres hemos sentido.
“Niño, deja ya de joder con la pelota. Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca…”.
Para terminar, hay dos canciones que me encantan: Si tú también te vas, versos que mi padre escribió cuando yo enfermé de pequeña y sobre los cuales ya les he contado la historia, anoto:
“Canta, canta, canta, Palomita blanca que hasta Dios te adora…”.
Canción que yo enlazo, aunque sé que no la escribió Serrat para su hija, con “Canción infantil (para despertar a una Paloma morena de tres primaveras)”. Siento que en este canto hay el mismo ánimo que en la que mi padre compuso para mí. Despertar a una Paloma. Yo me estaba casi muriendo debido a la neumonía y gracias a la cortisona me salvé. La canción de Joan Manuel, invita a vivir, a disfrutar la vida con las cosas más sencillas que el mundo ofrece y que, a veces, nos pasan desapercibidas. José Alfredo también me invitaba a vivir y, quizás, fueron sus versos los que me hicieron aferrarme a la vida y disfrutar de cada regalo que ella me ofrece. Dejo la “Canción infantil” de Serrat para despertar diariamente con la alegría de recibir las sorpresas que el mundo nos da:
“Y bueno, pues, un día más que se va colando de contrabando. Y bueno, pues, adiós a ayer y cada uno a lo que hay que hacer. Tú, enciende el sol. Tú, tiñe el mar. Y tú, descorre el velo que oscurece el cielo. Y tú, ve a blanquear la espuma y la nube, la nieve y la lana. Y tú, conmigo a cantar la mañana. Tú, a dibujar el trigo y la flor. Tú haces de viento, dales movimiento y tú, les das color. Tú, amasa los montes. Tú el pozo a baldear y tú, conmigo y el gallo a cantar… Que hay que empezar un día más. Tire pa’lante que empujan atrás. Y póngase el calcetín, Paloma mía, y véngase a cocinar el nuevo día…”.
