Política

Célibes involuntarios

Alumnos del CCH Sur exigen justicia para Jesús Israel. Javier Ríos
Alumnos del CCH Sur exigen justicia para Jesús Israel. Javier Ríos


El tajo que arrebató la vida de Jesús Israel hirió a toda una comunidad. De golpe, un lugar que se asumía seguro dejó de serlo; uno más, penetrado por la violencia que carece de sentido.

La mano que empuñó la hoja mortal pertenece a un joven de diecinueve años que responde al nombre de Lex Ashton, pero, igual que la herida múltiple, es al mismo tiempo la mano de toda una sociedad.

Por este juego de realidades traslapadas el impacto del crimen ha sido tan contundente. Un meteorito de sensaciones golpeó al Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH Sur) afiliado a la Universidad Nacional. Padres y madres se han enterado de riesgos que no suponían próximos a su descendencia, el alumnado se niega a vivir con indiferencia esta tragedia y la docencia que se descubre responsable de una realidad que la rebasa.

“Escoria como yo tiene la misión de recoger la basura”, escribió el perpetrador antes de su acto carnicero.

Desearía uno poder referirse el estado mental de un solo individuo a la hora explicar estos hechos: si tan solo alguien hubiera atendido a tiempo al joven asesino, la muerte de Jesús Israel no habría sucedido.

Sin embargo, Lex Ashton se encargó de dejar pistas abundantes sobre el colectivo que conspira detrás de su comportamiento. No se trató solo de él y de sus cabales descompuestos, sino de una facción oscura de la sociedad cuya verdadera talla es tan temible como difícil denunciar.

El joven Ashton pertenece a una red amplia y creciente de hombres que alimentan mutuamente su radicalismo; se trata de un sujeto atrapado por las redes digitales tejidas por una ideología conocida como “incel”, acrónimo del término “célibes involuntarios”.

Previo al ataque cometido contra Jesús Israel, Lex Ashton escribió en un foro incel un mensaje donde resumió sus motivaciones. Ahí se dijo cansado del mundo, particularmente del amor negado por razones que le serían ajenas.

“Yo lo he perdido todo, no tengo trabajo, ni familia, ni amigos, no tengo motivos para seguir con la vida, pero saben qué, no pienso irme solo, voy a retribuir a todas esas malditas y todos lo van a ver en las noticias”.

La mañana del martes, la madre observó preocupada cuando Lex abandonó su casa portando un cuchillo. Algo grave intuyó porque llamó al 911 para reportar el hecho. Lamentablemente, del otro lado de la línea no la tomaron en serio.

Un rato después el joven ingresó al CCH y se encaminó donde se encontraban Jesús Israel y una chica. Quiso atacarlos a ambos, pero ella logró huir. Intervino en la trifulca un trabajador de la UNAM, quien resultó herido, pero sobrevivió. Jesús no tuvo esa suerte.  

Ashton corrió después a la planta alta de un edificio, perseguido por alumnos y autoridades. Desde ahí saltó y al caer se rompió ambas piernas. Contra lo que dijo antes, él no se fue, tampoco la chica; la muerte de su compañero, tres años menor, terminó siendo la principal noticia.

Para salir del azoro y evitar la repetición, la comunidad universitaria ha propuesto una gran cantidad de soluciones: detectores de metales a la entrada de las escuelas, botones de alarma, sensibilización a los docentes sobre neurodivergencias y temas relacionados con la violencia de género, atención psicológica oportuna, revisión de mochilas, multiplicación del personal de seguridad y un largo etcétera.

Todo suena pertinente y sin embargo el trasfondo de esta tribulación escapa a cualquiera de estas medidas porque el crimen cometido por Ashton pega de gritos a propósito de una serie de fenómenos sociales frente a los que aún no tenemos pleno conocimiento.

El joven asesino es a su vez víctima del nihilismo que corroe a nuestra época, también de las identidades dislocadas y de la naturaleza humana que se valora desechada. Se relaciona con la polaridad de los extremos, con la masculinidad quebrada y a la vez violenta, con el anti-feminismo, con la soledad y con la visita frecuente a ciertos foros y redes sociales donde se fomentan las pulsiones envilecidas.

El mensaje redactado por Ashton refiere a las tendencias suicidas que comparten la mayoría de los que abrazan la ideología incel. Con el pasar de las décadas, estas personas se han vuelto extremas. Asumen que la incapacidad para hacer pareja no es responsabilidad suya. Detestan, por tanto, a quien, suponen, ha impuesto sobre ellas estas circunstancias.

Presentan a las mujeres como las principales causantes de su desgracia, porque discriminan a quienes no fueron beneficiados con los rasgos genéticos considerados como atractivos. Las personas incel se miran, sin remedio, como desechos sociales, se desprecian y al mismo tiempo odian a quienes les deprecian.

Salan por otro lado sus convicciones con argumentos reivindicativos del poder masculino, al cual presumen amenazado por la revolución feminista. De ahí que la ideología incel sea una suerte de antagonista frente a la llamada ideología de género.

Al mismo tiempo, el pensamiento incel es un imán poderoso para muchos jóvenes que no sienten pertenencia respecto a sus comunidades reales, incluidas las redes familiares. “He perdido todo –escribió Ashton– no tengo trabajo, ni familia, ni amigos, no tengo (en consecuencia) motivos para seguir con la vida…”.

Si el suyo fuera un caso aislado, lo deseable sería detectarlo y atenderlo a tiempo. Pero no debemos engañarnos, se trata de una epidemia que crece en su odio, su violencia, su radicalización y, más preocupante que todo, en su capacidad para hacer daño a terceros.

No puedo imaginar el dolor que vive en estos días la familia de Jesús Israel, no alcanzo tampoco a dimensionar el trauma que este episodio horrendo habrá de dejar en la comunidad universitaria, incluido el alumnado y sus familias.

Efectivamente, la lección que deja este terrible acto de violencia no es discreta: nos hallamos frente al umbral de una sociedad contagiada por patologías mentales cuya comprensión aún nos elude.

Por esto estamos todos en shock. Porque la mayoría no imaginábamos que detrás de un joven criminal pudiera haber tantos otros iguales a él, en potencia, todos promoviendo con odio y deshumanidad la eliminación de sí y del otro.


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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Notivox Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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