La sífilis es una de las enfermedades de transmisión sexual más temidas por los humanos; particularmente por los hombres. A ningún hombre le gustaría tener una úlcera en su pene; y cuando aparece, inmediatamente viene a su mente la palabra Sífilis; rápidamente comienza a hacer el recuento de las parejas o pareja con la que ha estado. Arrasó con millones de pacientes; ningún remedio fue efectivo; estaban condenados al sufrimiento crónico y la muerte era un alivio, hasta la llegada de los antibióticos y el descubrimiento de su origen.
Históricamente, según se cuenta, Sifilo fue un pastor del Rey Alcitoe. Sifilo pastoreaba su rebaño en un día muy caluroso; no encontraba alivio para los ardientes rayos del sol, ni una leve sombra o viento ligero; entonces le dirigió estas palabras al Sol o a los dioses: “Porque te decimos el padre de la naturaleza! ¡Por qué nosotros, pueblo estúpido, te erigimos altares, te ofrecemos incienso, si tu ni tienes piedad de nosotros! Mejor rindo más culto a nuestro Rey que posee tantos campos, que manda tantos pueblos, y que tantas riquezas saca de extensos mares. Él, sensible a nuestras súplicas, nos ayudará, y aliviará el calor insufrible que padecemos. Dios, irritado por semejante atrevimiento de igualar a los mortales con el Sol, con su ira envió una calamidad, una plaga que cubriría la tierra y las aguas de los mares, del aire alterado brotaría la enfermedad pestilente; que únicamente afectara al género humano. El mal no se manifestará tan pronto como es introducido en el cuerpo, sino que permanece oculto por cierto tiempo, hasta que ha adquirido fuerzas brutales. Rompen al enfermo que siente en sus brazos, en las espaldas y en las piernas un dolor muy agudo. Muy pronto todo el cuerpo se cubre de erupciones, la cara y el pecho se ponen horriblemente deformes, se forman pústulas que, al abrirse, dejan correr un olor pestilente de sangre pútrida y corrompida; los miembros están desnudos de carne, y se aprecian los huesos corroídos; por la garganta solo pueden articular sonidos débiles. No hay reposo ni cura para estos desgraciados.
