Durante el siglo XVIII en Europa, principalmente en Italia; cada año, 5 mil niños se quedaban sin testículos.
El objetivo era cumplir los sueños de los padres de riqueza y fama.
Los niños castrados más afortunados se convertían en castrati, cantores profesionales de ópera italiana, el arte público más estimado de la época.
La iglesia condenaba la castración, pero se hacía de la vista gorda, argumentando que el canto creado por este medio honraba a Dios.
Los castrati ocuparon sitios de honor en los coros de las iglesias.
Por supuesto que en aquellos años poco o nada se sabía de los efectos de la testosterona sobre la maduración o paso de la niñez a la adolescencia; la ampliación de la laringe y faringe que dan lugar a la voz ronca o grave del puberto.
La castración debería ser ejecutada antes de los 12 años, para mantener esa voz infantil con tono de soprano.
En los hospitales había pabellones específicos para tal operación; el cirujano Antonio Santerelli, era un famoso castrador muy bien pagado.
Pero los mejor pagados eran los castrati; fueron tan famosos como lo son en el presente Pavarotti o Madonna y Michael Jackson.
El castrado más importante, sin duda lo fue Carlo Broschi; su nombre artístico: Farinelli.
Lo castró su hermano mayor a los 12 años; lo durmió con opio, y al despertar le dijo que se había caído de un caballo, viéndose en la necesidad urgente de extirpar los testículos.
Su voz era incomparable. Durante una presentación en Londres, logró enloquecer al público; los asistentes extasiados gritaban a todo pulmón: ¡Viva el cuchillo!