La diálisis es un procedimiento que suple la función renal; lo hace muy bien, pero aun los médicos no sabemos a ciencia cierta el por qué desgasta y “acaba” física y mentalmente al enfermo que se dializa de manera crónica; es decir dos o tres veces por semana se conecta a una máquina de diálisis durante tres horas, para que su sangre circule o pase a la máquina y esta limpie la sangre de las toxinas o impurezas, como:
la urea un producto de desecho de las proteínas que comemos o bien controla el nivel de agua y electrolitos como el sodio y potasio o magnesio de nuestro cuerpo.
Pero lo que sí no puede hacer la máquina de diálisis es controlar de manera justa los niveles de azúcar en sangre, tampoco logra controlar la presión arterial, ni mucho menos produce la eritropoyetina, una hormona muy útil para generar glóbulos rojos.
Es decir, los riñones tienen múltiples funciones que sólo ellos pueden realizar en condiciones normales; y la máquina de diálisis las suple o realiza temporalmente de forma parcial.
A nosotros los médicos nos encanta dializar a los pacientes con falla renal que no respondieron al tratamiento médico; y nos gusta porque con la diálisis podemos mantener vivo al enfermo durante mucho tiempo, meses y años; y el paciente está “bien” puede pensar, dormir, tener sexo, caminar, leer y hasta trabajar.
Sin embargo, el problema con la diálisis es el costo; difícilmente un paciente puede cubrir el gasto en dinero; y las aseguradoras no están muy dispuestas tampoco.
Por otro lado, el acudir periódicamente a la diálisis cansa al paciente; peor aun si no hay la alternativa de un trasplante renal a vista.
Así es que el paciente a veces opta por renunciar de plano a la diálisis y no acude al procedimiento; en tales circunstancias el enfermo que necesita la diálisis y no lo hace suele morir en unas cuantas semanas de distintas formas y causas.
La mayor parte de los pacientes con insuficiencia renal crónica provienen de la diabetes de larga evolución, por lo menos 5 años con diabetes y con un pésimo control.