Un mensaje en WhatsApp, una notificación de Facebook, un e-mail, un microsismo, un recordatorio del calendario, un like en Instagram, una alerta de un juego, un SMS del banco, una promoción de una app de delivery, un aviso de TikTok, un mensaje en Slack, una notificación de LinkedIn, una locura más de Trump. Todo está diseñado para interrumpirte. El centro de notificaciones de nuestro celular está en guerra por nuestra atención, diciéndonos que ahí, en esa pantalla, pasan cosas más urgentes que en nuestra propia vida.
No lo queremos aceptar, pero el celular ya es una extensión del cuerpo. Para muchos de nosotros, pasar un solo día sin él es casi imposible. Más allá del trabajo o la vida personal, necesitamos ese chispazo químico que nos da una notificación: dopamina, la llamada “hormona de la felicidad”. Los teléfonos están siempre con nosotros y sus apps —desde redes sociales hasta juegos o plataformas educativas–— compiten por monetizar nuestra atención, dándonos recompensas pequeñas, constantes y adictivas.
Esto ya no es un tema menor, es un problema de salud pública. Los científicos lo tienen mapeado y nosotros también deberíamos. Nuestra salud mental y física está en juego. Por ejemplo, un estudio de Frontiers in Psychiatry señala: “El uso excesivo de celulares se asocia con dificultades en la regulación cognitivo-emocional, impulsividad, deterioro de la función cognitiva, adicción a las redes sociales, timidez y baja autoestima. Los problemas médicos incluyen trastornos del sueño, sedentarismo, hábitos alimentarios poco saludables, dolor, migrañas, deterioro del control cognitivo y cambios en el volumen de materia gris del cerebro”.
Agrega que esta asociación con “cambios psiquiátricos, cognitivos, emocionales, médicos y cerebrales debe ser considerada por los profesionales de la salud y la educación”. Y también por nosotros. Estamos atados a esas pequeñas recompensas y ya ni siquiera nos preguntamos qué está pasando con nuestro cuerpo y nuestra mente.
En los últimos meses ha proliferado el contenido sobre cómo desintoxicarse del celular. Uno de los más interesantes es un episodio del pódcast Search Engine, donde entrevistan al periodista de tecnología David Pierce. Su método es básico: alejarse de la tecnología, literalmente. Ya hay gente que paga por dispositivos que convierten su teléfono inteligente en tonto: solo llamadas y mensajes. El sueño digital de hoy es, irónicamente, dejar de usar lo digital.
Kostadin Kushlev, especialista de la Universidad de Georgetown y ex adicto confeso a los juegos del celular, tiene recomendaciones claras: “es fundamental tener las notificaciones silenciadas. No me gustan las insignias de notificación en la parte superior, los puntos rojos que te muestran cuántas notificaciones tienes. Eso me distrae: lo ves y es casi automático que tienes que hacer clic. Mis investigaciones también demuestran que agrupar las notificaciones, es decir, recibirlas varias veces al día en lugar de a medida que llegan, puede reducir el estrés y mejorar el bienestar”.
Desconectarse por completo puede ser inviable, pero hacernos conscientes de lo mucho que dependemos del celular es ya un primer paso. No se trata solo de productividad o descanso: se trata de salud mental. El celular debería ser una herramienta que usemos nosotros, no una que nos utilice.