Política

La delincuencia organizada, antes y ahora

El 25 de enero de 2001 presenté mi tesis doctoral en la Universidad de Salamanca, España. El tema fue sobre la delincuencia organizada. Han pasado 24 años, el mundo era otro, por ejemplo: aún no sucedía el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York; el mayor avance tecnológico masificado era el teléfono celular –el cual sólo servía para hacer llamadas–, el uso del internet era prácticamente inexistente y apenas comenzaba a tener auge el correo electrónico. El contexto de México contrasta mucho con el de ahora, particularmente en materia de seguridad.

La tesis doctoral consta de 453 páginas distribuidas en cinco capítulos. En cuatro prevalecen aspectos teóricos del derecho penal, y en uno se aborda la realidad criminológica que se apreciaba en aquellos años de la delincuencia organizada, con especial énfasis en la realidad Latinoamericana y, particularmente en México. Sintetizaré algunas de las posturas descritas al respecto hace 24 años:

1.- La delincuencia organizada es una expresión criminológica de la realidad social prevaleciente. No se pueden separar, subyacen como la sombra al cuerpo. Son estructuras difíciles de detectar, prevenir y desarticular; son como monstruos de mil cabezas, algunas de ellas visibles y muchas otras invisibles.

En dichas agrupaciones está presente una finalidad: la adquisición y crecimiento de un poderío preponderantemente económico. Dicho poder, a su vez, se introduce, invierte y reinvierte con el poder político y social.

2.- Para conseguir sus objetivos, la delincuencia organizada pone en marcha estructuras integradas con recursos humanos, técnicos, logísticos y operativos especializados.

Difícilmente las organizaciones criminales tienen posibilidad de surgir y prevalecer si no se sostienen por medio de la corrupción, particularmente en una de sus vertientes: el clientelismo. Así, con sus respectivos intereses, se entretejen redes entre la criminalidad, el poder público y partidos políticos. En esas relaciones se generan tensiones y conflictos que, en algunos casos, se llegan a gestionar por medio de la violencia. Con este tipo de relaciones delictivas, además de afectarse bienes jurídicos individuales (como la vida, la salud y el patrimonio), se vulneran otros de carácter colectivo –como la economía nacional– y se transgrede el orden democrático e institucional de los países. De inicio no se nota, pero cuando se llega a notar es porque hay graves problemas estructurales, en ocasiones irreversibles.

A su vez, en este tipo de interacciones, suele prevalecer una suerte de doble moral en quienes sustentan el poder político y económico: no asimilan que sus actos son delictivos, los atribuyen a una criminalidad con otro perfil.

3.- Según informan los expertos en la materia, en pocos años tendremos avances en los sistemas tecnológicos y de comunicación; dicen que nos podremos informar y enlazar bajo modalidades que ni siquiera nos imaginamos. Sería ingenuo pensar que esos avances sólo incidirán en la mejora de nuestra calidad, de vida. También facilitarán la operatividad de la criminalidad en su conjunto y, particularmente, de la delincuencia organizada. Se prevé la comisión de delitos a mayor escala.

4.- Desde una perspectiva criminológica, el terrorismo suele ser una expresión de la delincuencia organizada, pero no todo grupo de organización criminal necesariamente realiza actos terroristas –aunque ejerzan la violencia de manera importante–. En el terrorismo, entre otras características, prevalece el afán de alcanzar un poder político (con diversas orientaciones ideológicas e incluso religiosas), sostenerse en él; alterar el orden institucional o suplantarlo; o presionar al estado para que asuma diversas posturas o medidas.

Categorizar a una organización criminal como terrorista, es mucho más que una mera declaratoria legal. A partir de esa categorización, suelen derivarse acciones de orden trasnacional, con impactos que pueden llegar a afectar de manera significativa derechos humanos, ocasionando daños colaterales inconmensurables.

5.- En América Latina, la delincuencia organizada ha encontrado un mercado relevante en el tráfico de drogas. El tipo y modalidad de narcóticos varía. Aunque actualmente destacan la marihuana y la cocaína, se prevé que en un futuro existan otras más dañinas (en ese tiempo aún no se tenía a la vista el mercado del fentanilo, por ejemplo).

Este mercado cobra especial interés para México, debido a su comercialización en Estados Unidos, lo cual tensa las relaciones diplomáticas con ese país, con impactos en diversos ámbitos.

6.- Los problemas económicos y la realidad sociocultural en América Latina han dado lugar a diversas formas de agrupación criminal como una vía alterna de crecimiento económico y poder político. Debido a ello, el objeto y mercado ilícito se diversifica. Por ejemplo, es previsible que delitos como el secuestro y la extorsión se expandan de manera considerable.

7.- Un caso paradigmático es Colombia. Pero se prevé que, en poco tiempo, algunas de sus prácticas se reproduzcan en otros países del continente, particularmente en México. Un ejemplo de ello es el sicariato.

8.- En México se aprecia una realidad compleja y un futuro nada alentador. Por un lado, se percibe un alza en la conformación de estructuras criminales, pero también la expansión y atomización de otras agrupaciones menos estructuradas, pero igual, o, incluso más violentas. En virtud de ello se prevé que, si no se asume una sólida política criminal desde ahora, a mediano plazo se vivirá un intenso clima de inseguridad en el país.

Se cuenta con fortalezas –como la alta credibilidad de la ciudadanía en sus fuerzas armadas– pero prevalecen posturas populistas y ligeras, consistentes en engrosar la legislación penal, incrementar penalidades e inclinarse por instaurar regímenes de excepción. A la larga –o, en corto tiempo–, eso será otra parte del problema y no de la solución.

Reitero, las anteriores posturas las expuse hace 24 años. Tengo presente lo que, –palabras más, palabras menos– me dijo uno de los sinodales: “Joder, a poco tan grave vez el panorama para tu país”. Respondí que lamentablemente sí, aunque tenía la esperanza de que estuviera plenamente equivocado. Al rememorar ese instante, desearía que todo hubiera quedado en un ejercicio intelectual y que, como tal, en los hechos hubiese sido falseado. Me pregunto ahora, ¿y cómo iremos a estar en los próximos 24 años?


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Luis Felipe Guerrero Agripino
  • Luis Felipe Guerrero Agripino
  • [email protected]
  • Doctor en Derecho, ex rector y catedrático de la Universidad de Guanajuato
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