La inteligencia artificial (IA) ha tenido un impacto vertiginoso en el desarrollo de prácticamente todas las profesiones. Actividades que hace tres años realizaba un equipo de trabajo ahora se pueden hacer mediante aplicaciones de IA, en tiempo real y sin ocupar a esas personas. Esta situación hace que debamos “poner las barbas a remojar”.
Es común escuchar que algunas profesiones podrán ser prácticamente reemplazadas por la IA. Una de ellas es el Derecho. Y precisamente esta carrera es de las más tradicionales. Es de las más solicitadas, pero también de las más conservadoras. Sus símbolos, rituales y tradiciones forman parte del ADN de la abogacía; le han otorgado prestigio y reconocimiento social. Pero, cuidado, todo eso no será suficiente y, quizás, más bien puede ser contraproducente en el contexto actual.
El nivel de aceleración y disrupción de la sociedad contemporánea exige respuestas rápidas y concretas. La atención de los problemas sugiere una visión más amplia, diversificada y holística, más allá de las construcciones eminentemente legales.
Convenios, proyectos legislativos, proyectos de resoluciones judiciales, información contrastada y estudios jurídicos de diversa índole pueden realizarse, por medio de la IA, con una celeridad y calidad impresionante. Esto implica prescindir de personas y de equipos de trabajo, en despachos y oficinas gubernamentales.
Todo ello deberá traducirse en mejores servicios jurídicos y disminución de los tiempos en el seguimiento de los asuntos y trámites. Resulta frustrante constatar que las gestiones y tramitología jurídica se encuentran cargadas de pasos inútiles, sin sentido, en muchos de los casos ocasionados por las propias personas que quieren sostener su “espacio de poder”.
También causa impotencia ver resoluciones, proyectos y documentos jurídicos diversos, engrosados con transcripciones asfixiantes, cargadas de expresiones grandilocuentes y pomposas, pero inútiles. Con la IA se pueden construir insumos o productos jurídicos más claros, aterrizados y concretos, sin que con ello se pierda el rigor técnico.
Ahora bien, mucho se dice de los riesgos que la IA trae –y más que traerá– en todos los ámbitos, ¡cierto! La información sesgada, la distorsión de la realidad, la construcción falsa de escenarios, entre otras muchas anomalías, existen y seguirán existiendo con el uso irresponsable de la IA, lo cual trae nuevos desafíos para el mundo jurídico.
Además, existen interrogantes insoslayables: ¿hasta dónde la IA remplazará a las personas que desempeñan funciones jurídicas? ¿Cómo nos estamos preparando para ello? ¿Qué debemos aprender y, sobre todo, qué debemos desaprender para estar en las condiciones más idóneas? Estas y otras interrogantes nos llevan a un punto de origen: los programas de estudio jurídicos, los paradigmas que se deben asumir o modificar desde la base estudiantil y la docente. En un diálogo con mis estudiantes de tercer semestre de la Licenciatura en Derecho, en esencia, opinan lo siguiente:
Los programas de estudio deben revisarse y actualizarse de manera frecuente. De lo contrario, se corre el riesgo de estar estudiando temas obsoletos y no estar al día en los conocimientos que les pueden ser de mayor utilidad. Por otro lado, sus contenidos deben ser más variados y atractivos. Además, deben tener conexión con la realidad del entorno.
Por lo que concierne a la parte estudiantil, les queda claro que la IA debe ser una aliada para su formación, más no un instrumento que sustituya sus capacidades y creatividad. Que deben fortalecer el hábito de la lectura, incluso en el formato de papel; que deben esforzarse en escribir y reflexionar más, pues si no lo hacen quedarán en desventaja con quienes sí lo hagan. También sostuvieron que en la comprensión y tratamiento de los problemas jurídicos no es suficiente la “inteligencia intelectual”, también deben estar presentes otras virtudes como la sensibilidad, la empatía y la inteligencia emocional.
Fueron enfáticos en cuanto a que la IA los debe hacer más responsables y no más atenidos.
Desde la base docente, se tienen que romper muchos paradigmas. Entre ellos, pensar que su conocimiento es el único, y más bien fomentar la capacidad de análisis y el pensamiento crítico en los estudiantes. La memorización debe quedar reducida a su mínima expresión y privilegiar la comprensión y desarrollo de los temas con aplicación práctica a la solución de problemas.
También sostuvieron que la forma de evaluar debe ser para reforzar el conocimiento de los estudiantes.
Siempre es aleccionador escuchar lo que piensan los estudiantes. Indudablemente, quienes tenemos la enorme responsabilidad de ejercer la docencia, debemos tomar conciencia de los grandes desafíos que tenemos a la vista. De nada sirve pasarnos la vida cuestionando lo existente, añorando un contexto que ya se fue. Más bien, debemos capitalizar esa experiencia ofreciéndola con humildad a las nuevas generaciones, con apertura, disposición y compromiso. Lo más importante en la educación no es cuánto sabemos los profesores, sino cuánto pueden aprender los estudiantes y cuánto pueden aprender durante toda su vida, otorgándole su impronta personal al conocimiento adquirido.
Ante un mundo tan complejo, disruptivo, cambiante y acelerado, en el aula no estamos en condiciones de proporcionar un conocimiento eterno. Lo que nos toca es acompañar, facilitar en los estudiantes la construcción de cimientos sólidos para que puedan edificar por cuenta propia, hasta donde les resulte posible. Y que lo hagan con las herramientas a su alcance. Ahora está en boga la IA, y a saber lo que luego habrá…