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Gaza: el genocidio transmitido en tiempo real

Hoy, mientras miles de familias judías disfrutan de una comida en Tel Aviv, apenas a unos 70 kilómetros al sur, madres palestinas intentan mantener con vida a sus hijos alimentándolos con agua de arroz. No es por elección ni por cultura: es por hambre. En Gaza, el alimento escasea como escasea la esperanza, y la leche materna no brota cuando el cuerpo de la madre también se encuentra al borde del colapso. Es la tragedia más brutal: la vida que no alcanza a nacer plenamente, que se apaga días después de brotar.

La situación es desesperante. Decenas de niños y niñas lactantes están condenados a la muerte por desnutrición extrema, en una etapa vital donde la alimentación es sinónimo de vida. Las cifras oficiales son frías; la realidad, insoportable.

Día tras día, mueren personas por hambre, por heridas no tratadas, por balas repartidas al por mayor en los centros de distribución de comida. La ONU ha declarado que éstos son espacios no seguros; ratoneras en donde a más de mil personas se le ha arrebatado la vida al pretender conseguir un trozo de pan.

Y todo esto ocurre con el mundo como testigo pasivo: frente a celulares, computadoras y transmisiones en vivo. Estamos, sin lugar a dudas, ante el primer genocidio de la historia documentado por streaming.

¿Cómo es posible que esto ocurra tan cerca de Tel Aviv? ¿Cómo viven con esta realidad los descendientes de los sobrevivientes del Holocausto? ¿Cómo se justifica que, quienes conocen el horror del exterminio, permitan —cuando no impulsan— una política de asfixia sistemática sobre un pueblo entero?

La llamada “Ciudad Humanitaria” propuesta por el gobierno israelí no es más que una extensión del gueto, una expresión cínica de control. Gaza, de por sí, ha sido un gueto durante décadas: un territorio cercado, vigilado, restringido en su acceso a bienes, salud, educación y dignidad. Hablar de “humanitarismo” mientras se priva de agua, medicamentos, fórmulas para bebes, electricidad y alimentos a más de dos millones de personas, no solo es contradictorio: es cruel.

Y, no es que no haya comida, pues escasos dos kilómetros de donde la gente muere por inanición están varados centenas de camiones con ayuda humanitaria suficiente para alimentar a toda la población gazatíe; sin embargo, desde hace meses el gobierno israelí y colonos extremistas impiden su paso a la Franja.

Según diversas estimaciones, la cantidad de explosivos arrojados por Israel sobre Gaza equivale ya a dos bombas atómicas como las de Hiroshima. La comparación no es retórica: basta mirar el nivel de destrucción, el colapso de hospitales, escuelas, viviendas, para entender la magnitud de la violencia ejercida.

Gaza es hoy una franja de ruinas, con sobrevivientes atrapados entre el miedo, la desesperación y la indiferencia internacional.

La prolongada “solución final” contra el pueblo palestino —una estrategia de desgaste, fragmentación y aniquilación— parece estar rindiendo sus frutos. Pero esos frutos son amargos. Porque no hay paz sin justicia, no hay seguridad sin derechos, no hay futuro donde se condena a morir a los más inocentes.

No se trata de tomar partido. Se trata de defender la humanidad misma.

Porque si permitimos que el hambre sea un arma, que la infancia muera frente a nuestras pantallas, que el silencio valga más que la vida, entonces el genocidio no es solo de un pueblo: es de todos nosotros y lo vamos a pagar caro.


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Juan José Rojas Torres
  • Juan José Rojas Torres
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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