El reciente triunfo electoral de Hugo Aguilar, abogado mixteco, para integrarse a la Suprema Corte de Justicia de la Nación como presidente, por el número de votos que consiguió en la elección judicial, ha sido recibida con entusiasmo por muchos sectores que ven en su nombramiento un triunfo simbólico de los pueblos originarios.
Sin embargo, desde una mirada crítica conviene detenernos para reflexionar si este hecho representa una auténtica ruptura con el orden vigente o una sofisticada estrategia de cooptación y legitimación del poder judicial neoliberal.
El sistema jurídico-político mexicano continúa operando bajo una racionalidad neoliberal que, como bien ha mostrado Foucault, gobierna no solo a través de leyes, sino mediante la producción de subjetividades dóciles y funcionales al mercado.
La Suprema Corte, en tanto órgano cúspide del aparato judicial, no ha sido ajena a esta lógica. La inclusión de una persona indígena en su presidencia, aunque inédita, no garantiza por sí misma una transformación del paradigma dominante.
Aquí es donde debemos preguntarnos: ¿estamos ante una Corte verdaderamente disruptiva o simplemente ante un proceso de blanqueamiento —es decir, de incorporación simbólica de la alteridad para reproducir lo mismo—?
Desde la crítica poscolonial y decolonial, se ha señalado cómo los sistemas de poder integran voces “otras” para legitimarse, sin ceder espacio real a la diferencia.
La trayectoria de Hugo Aguilar, marcada por una auténtica defensa de los derechos de los pueblos originarios, puede ser fácilmente instrumentalizada por el sistema para reforzar su imagen inclusiva sin modificar su arquitectura estructural.
No olvidemos que los derechos humanos, como advierte Boaventura de Sousa Santos y Alejandro Rosillo, pueden servir tanto para liberar como para dominar, dependiendo de cómo, por quién y para qué se invocan.
En este contexto, el mayor riesgo es que la presidencia de Aguilar no represente a las comunidades de las que proviene, sino al aparato judicial que ahora encabeza.
Las formas de hablar, de actuar, incluso de enunciar “lo indígena”, pueden verse atravesadas por una racionalidad blanqueadora que lo despoje de su potencial contra hegemónico.
La lógica de representar sin transformar es una de las más eficaces formas de gubernamentalidad contemporánea.
Sin embargo, aún no todo está dicho. La agencia no desaparece. Queda por ver si Aguilar logrará subvertir desde dentro los códigos de un sistema que ha sido históricamente excluyente.
Las próximas decisiones, los discursos, las formas que adopte su gestión serán claves para dilucidar si estamos frente a una presidencia que simboliza la continuidad o si, por el contrario, inaugura una grieta en el discurso jurídico dominante.
Lo cierto es que no basta con que los cuerpos racializados lleguen al poder; es indispensable que lleguen con un proyecto político emancipador.
Como diría Dussel, la liberación no ocurre cuando el oprimido ocupa el lugar del opresor, sino cuando se cambia el marco desde donde se organiza la vida social. Y ese, hoy más que nunca, es el desafío.