Hace varias décadas que un hermano presbítero me reclamó airadamente porque le había dedicado una columna semanal a mi hermano Tobías de la Torre, ya que lo cambiaban de parroquia y sentía yo que ameritaba una nota periodística que llevaba un benévolo comentario.
Hoy vuelvo a la carga conmemorativa ya que el pasado lunes 28 de julio nos dio la sorpresa de un agravamiento de su enfermedad, al que se respondió con la rápida respuesta que le brinda el equipo que siempre le acompaña, alguno de sus hermanos que ahí se encontraba, y casi de inmediato ingresaron quienes, a demás de ser sus médicos, son sus amigos.
Al atardecer ya estaba en plena normalidad y la noche la pasó bien.
El presbítero Tobías de la Torre T., se fletó su vida entre campesinos de las parroquias de Nuestra Señora del Refugio en Matamoros, el Sagrado Corazón de Jesús en Francisco y Madero y en Santa María de Guadalupe en el Ejido la Unión, por más de dos décadas. Jamás fue un presbítero de Misa y olla de frijoles.
En todas las parroquias trabajó con comunidades eclesiales de Base. Fue polémico, pero de obediencia crucificada.
De mucho silencio para no presumir lo que hacía en su apostolado.
En la parroquia del Ejido La Unión ejerció un ministerio que no rompía el Plan Diocesano de Pastoral, del que había sido entusiasta impulsor y creó los “consejos comunitarios” que fue una modalidad de avance en el ejercicio de participación en la vida eclesial hasta los niveles más descuidados de la vida eclesial.
Un domingo le habló a su hermano Jesús para invitarlo a comer en casa de los propios papás.
Desde hace muchas décadas esa práctica familiar ha permanecido.
Murieron los papás recomendando que no se dejara tal práctica semanal, dedicada sobre todo a la conversación sobre la historia a partir de la base familiar ubicada en Juanchorrey, un pueblito de montaña entroncado con los movimientos que cimbraron a la nación a principios del siglo XX.
El P. Tobías es memoria histórica, actitud que madura la mentalidad y la fe. Que viva Tobías.