Al sur este del Estado de Zacatecas existe un pueblo pequeño llamado Juanchorrey, ubicado al pie de un imponente cerro al que los lugareños le llaman “El Despeñadero”, por los enormes riscos que coronan sus alturas, y peñas abajo está El Salto, una caída libre de más de noventa metros, con un hilito de agua, que le da belleza al pequeño pueblo que fue donde establecieron sus hogares muchas familias de apellido De la Torre, que en conjunto con más de 20 apellidos familiares, son la columna vertebral de una cultura en torno a la devoción a la Virgen de la Candelaria, que se celebra cada 2 de febrero.
Las familias de apellido De la Torre, forman un pueblo que no pierde sus costumbres religiosas a pesar de que se han dispersado por varias ciudades de los Estados Unidos, la República mexicana.
Se trata de un pueblo de devoción mariana, fundando en 1731 por una familia cultivadora de ganado menor, venida del Estado de Nayarit, con Dn. Cristóbal de la Torre como tronco de sepa. Los actuales De la Torre formamos la octava generación, de Dn. Cristóbal a la fecha.
Juanchorrey se libró del fenómeno del latifundismo porque ahí no hubo propietarios de grandes extensiones.
Ahí se manejaba la unidad de propiedad que eran a lo más, doce hectáreas.
Las tierras eran laderas pedregosas y las que estaban en llano eran pocas. Sólo había agua de temporal hasta que cambió un poco la situación porque Dn. Juan de la Torre -nuestro papá- organizó a los lugareños para hacer una represa, y a partir de ahí, se pudo escarbar en los domicilios para tener agua en los hogares.
En la misma modalidad llegó el correo, la luz eléctrica y se abrieron caminos más viables para Tepetóngo y Jerez.
Por las condiciones de, aguas escasas, estaño, madera, derivados de la leche, aquel vecindario se hizo luchista, industrioso y cuando vino una sequía casi de siete años, a mediados de los años 50, los moradores de aquel pueblo comenzaron a dispersarse, y allá, lejos del terruño, se ayudaron para vivir con dignidad.
Abundaron los tortilleros, los comerciantes en pequeño y apareció en algunos el embarre que hace el sistema capitalista.
Con Dn. Juan de la Torre y Doña. María de la Torre, peregrinamos a Torreón en unión de sus diez hijos trayendo la herencia de la mutua solidaridad, el amor al trabajo y la búsqueda del bien. El P. Tobías de la Torre, cuando fue entrando en el ministerio sacerdotal cotidianamente entendido, rechazó una parroquia de ciudad que la ofrecía Dn. Luis Morales Reyes y trabajó con campesinos y campesinas en Matamoros, Francisco I. Madero, Santa María de Guadalupe en el ejido La Unión.
Sacerdote recio, tenaz, aprovechó al máximo la oferta pastoral que ofrecían las Comunidades Eclesiales de Base.
Se fogueó y fogueó a sus colaboradores, un sacerdote y varios laicos participando en eventos pastorales en Holanda, España, el Perú y de ahí el Caribe. En muchas partes de México.
Como integrante que fue del equipo sacerdotal Nazas Aguanaval, participó en labores pastorales de vanguardia formando a los jóvenes que las parroquias, del campo y la ciudad habían integrado los más de doce presbíteros que integraban tal equipo sacerdotal.
Los fogueó en disputas sanas con la ayuda de la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia.
Cuando en 1986 se iniciaron los trabajos para un posible Plan Diocesano de Pastoral, sus jóvenes ya estaban preparados para crear un clima de apertura para lo nuevo que se venía en la simiente pastoral de la Diócesis de Torreón.
Sacerdote de muchos silencios. Aguantó calumnias. Esperó la aclaración de mentiras.
Cuando afirmaban algo contrario a la realidad o a la verdad, guardó prudentes silencios.
Soportó enjuagues e intrigas, pero muchos que convivimos con él pensamos que los silencios lo enfermaron. Como todo humano, tiene sus defectos y cualidades.
Quienes le acompañaron en su larga decadencia, lo hicieron con enorme ternura, comprensión y adivinando qué quería decirnos desde su cruel enfermedad.
Hablamos de un sacerdote pastor que nunca dejó de querer y si ahora él ha pedido que sus cenizas queden en su parroquia de Guadalupe, pensemos lo que pensaba con amor a su pueblo y que hagamos de su vida un amor guadalupano en los campos de las tres parroquias donde entregó su vida.