Cultura

Las lágrimas de Artaud

André Breton quiso consolar a Antonin Artaud pues a éste le afectaba mucho que el fundador del surrealismo no pudiera confirmar sus febriles recuerdos. Artaud aseguraba que en octubre de 1937 Breton había perdido la vida bajo las balas de las ametralladoras de la policía al querer liberarlo de su internamiento en el hospital psiquiátrico del Havre, donde estaba sometido en camisa de fuerza y encadenado de los tobillos a los barrotes de una cama.

Casi diez años después del suceso, Artaud escribía a Breton: “Sin embargo fue ciertamente usted quien vino a dejarse matar (digo matar). Dejó usted allí más que su conciencia, y conservó el cuerpo, pero apenas, porque después de la muerte se regresa mal”.

Al día siguiente del envío de esa carta, los dos conversaron sentados a la mesa en la terraza de un café. Artaud conminaba a Breton para que validara su relato. Cuando Breton lo negó, explicando que entonces se encontraba en la galería Gradiva en París, los ojos de Artaud se llenaron de lágrimas.

Durante todo el encuentro Artaud insistió en que Breton ocultaba la verdad, bien fuera por tener el mismo interés de los otros, una posibilidad desgarradora, o porque mediante maniobras inexplicables lo habían despojado de sus recuerdos reales y puesto unos ajenos en su lugar.

Hay locos extraordinariamente corteses. Artaud lo fue. En una siguiente misiva enviada a Breton, según él mismo contó en el texto que años después le escribiría como homenaje, reconoció la versión de su amigo pero dejando en claro lo siguiente: “Afirmo que nunca deliré, nunca perdí el sentido de lo real y que mis recuerdos en lo que me queda de ellos después de cincuenta comas son reales”.

Artaud realmente había vivido el sacrificio de Breton, mientras éste había estado en la galería Gradiva. Simultaneidad, universos múltiples y/o la condición de la que Breton escribió sobre su camarada: “Sé que Antonin Artaud ha visto”.

Otros poetas como Rimbaud o Novalis hablaron de ver, pero Artaud lo había logrado, “así lo que ha sido visto no concuerde con lo que es objetivamente visible”. La transgresión de Artaud, según Breton, consistía en ser un hombre que hubiera pasado del otro lado del espejo —las cursivas son suyas.

Una descolocación actúa en esta historia y se contradicen las fechas que Breton da sobre sus acontecimientos: así habría ocurrido primero lo que realmente pasaría al final. Ello no tiene importancia porque el orden de los sucesos no altera el producto. Surrealismo: supra realidad.

Cuando Breton habló en honor de Artaud, con tanta prudencia que se negó a mencionar, a rendir cuentas, como dijo, ni lo que vivió aquel poeta insólito ni todo lo que sufrió, reconoció que en los días de 1946 que entonces corrían era Artaud quien había ido más lejos por el camino del triple objetivo buscado por el surrealismo.

Uno, transformar el mundo. Dos, cambiar la vida. Tres, rehacer de cabo a rabo el entendimiento humano. La intención pareciera utópica y hasta ingenua de no sostenerse en un cambio de estado mental, el cual estaba dirigido por el lenguaje, por la asociación espontánea y por una sensibilidad que constantemente era estimulada para romper con el orden lógico de las cosas y ganar lo que se quiera: mayor penetración en las estructuras profundas de lo real, una imaginación desaforada y trastocante (“En la alta fantasía llueve”, como escribiría el Dante) o un mero encantamiento existencial prefigurado siglos atrás por Quevedo: “Nada me desengaña, el mundo me ha hechizado”.

Las cosas están vinculadas entre sí y provienen de ese abismo, el mundo implicado, donde hierve la creatividad y surgen los fenómenos, aun aquellos espantosos que ahora ocurren sin cesar. La densa y turbulenta sombra que oscurece estos días posmodernos podría ser iluminada por uno de los valores clave que Breton y Artaud, cada uno a su manera, encarnaron al vivir: el amor, la razón del ser humano, según orgullosamente cantaría Breton.

Tal vez la tristeza y hasta el púdico espanto de Artaud ante la honorable negativa de Breton a confirmar el amoroso sacrificio por el amigo pudo deberse a una condición del amor: la verdad. Solo que ésta era relativa: la verdad de Breton, la verdad de Artaud.

Compartían, sin embargo, la transparente intención. Como esas líneas poéticas: “En el arroyo hay una canción que fluye”, “El día se ha desplegado como un mantel blanco”, “El mundo entra en un saco”, tomadas de Reverdy por Breton para ilustrar el punto proclamado: la no premeditación, la fusión de dos estados, el sueño y la vigilia, que si no se separan llevan a un nuevo estado mental.

La existencia ocurre en otra parte, anunció el Primer Manifiesto Surrealista. Esa otra parte está aquí, entre las lógicas particulares. Artaud siempre agradecería el sacrificio del amigo para salvarlo. Ese sacrificio nunca ocurriría. Toda objetividad es una convención.


AQ

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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