Cultura

Claudia y el poder

Cuando más poderoso es el poder con más sigilo opera, escribe Byung-Chul Han. Pero cuando tiene que hacer expresamente hincapié en sí mismo, ya está debilitado.

Siguiendo este razonamiento, cuyo origen está en Ulrich Beck, la patológica estridencia de Donald Trump sobre su propio poder es más que un autocrático narcisismo: corresponde inconscientemente a un proceso de desintegración. Es entonces cuando un imperio se vuelve más peligroso. Y un césar loco (o que simula locura, una forma misma de la insania) encabezándolo —geometría histórica de momentos concluyentes— acrecienta esa fatalidad.

La larga pauta de 202 años de relaciones oficiales entre México y Estados Unidos ha significado una tensión desigual y siempre adversa para nuestro país. Los estereotipos racistas y el excepcionalismo colonialista estadounidense han utilizado la proximidad geográfica con México para su expansión territorial, su beneficio económico y su interés político partidario, en el cual está la desestabilización sistémica del vecino.

Desde J. R. Poinsett, aquel primer agente político yanqui que durante el imperio de Iturbide contribuyó a su derrocamiento, sentó las bases de la independencia de Texas que desembocaría después en el robo de la mitad del territorio nacional, fomentó la discordia interna que llevaría a las cruentas guerras civiles mexicanas y se jactaría de poder ser emperador de México pero haber preferido no serlo, Estados Unidos ha representado nuestra némesis.

Las mentalidades proconsulares de los presidentes neoliberales educados en Estados Unidos o americanizados ignoraron la noción de soberanía nacional. Y hoy como ayer las derechas mexicanas en sus diversas pero sustancialmente idénticas expresiones, analistas incluidos, festinan la intervención imperial.

Una intervención cuya agenda autoritaria e ilegal, porque no está autorizada por el poder legislativo gringo, no tiene paralelo en la historia estadounidense. El despliegue de tropas federales en la frontera y en todo el país, la erección de un estado policial a gran escala, el uso tiránico del poder ejecutivo, el empleo arbitrario de aranceles económicos por razones políticas, la abrogación unilateral de acuerdos internacionales y una perspectiva megalomaníaca del derecho para dominar el mundo son peligros que representan una dimensión desconocida. La magnitud de la obsesión antimexicana de Donald Trump y su gabinete también es inédita.

En ese contexto adverso y ominoso, inesperado además, la presidenta Claudia Sheinbaum llegó al poder con una herencia calculadamente incompleta y en mucho adversa. Sus más de treinta millones de votos le otorgaron una legitimidad que su comportamiento y temple merecidamente han refrendado. Su aceptación es tan alta como lo fue en su nombramiento.

Pero desde el comienzo de su ejercicio quedó claro que no dispondría para su proyecto político de las cámaras legislativas, lideradas por dos personajes con agenda propia y pertenencia ajena, Adán Augusto López y Ricardo Monreal, como tampoco con Morena, el partido político que la llevó al poder, encabezado por dos dirigentes impuestos, Luisa María Alcalde y Andrés Manuel López Beltrán, “heredero” del legado de su padre. Y además no contaría con un gabinete enteramente nombrado por ella, según se puede ver.

La pesada sombra de López Obrador cedió el poder sin cederlo del todo y lo entregó a Sheinbaum sin entregarlo por completo. Así, la presidenta tiene dos frentes abiertos cuyo margen de acción está acotado. Ante la amenaza entre incoherente y delirante de Trump, que puede llegar a intervenciones militares directas en territorio nacional, afectaciones económicas ya en curso y traslados de responsabilidades locales como el narcotráfico en Estados Unidos y la migración, sólo puede responderse con firmeza discursiva como hasta ahora, diversificación de exportaciones, productividad y mercados, más una política de Estado que aliente, explique y refrende públicamente el valor práctico de la soberanía nacional.

En esta grave situación la clase política mexicana es parte del problema. La derecha no existe salvo para oponerse ciegamente al gobierno de Sheinbaum y servir de quinta columna a la desestabilización trumpista. Morena y sus dirigentes son lamentables. Nuevos ricos banales, electoralistas y frívolos. Su silencio ante los grandes problemas nacionales y mundiales significa una indiferencia autista. Nadie da lo que no tiene, y salvo votos y posiciones políticas que se disputan con oportunismo y fiereza, Morena no tiene una política distinta que dar.

A punto de cumplir un año apenas queda tiempo para que Claudia Sheinbaum consolide su poder presidencial y exija el reemplazo de Adán Augusto López y Ricardo Monreal, así como la renuncia de Mario Delgado, entre otros cambios ya necesarios.

La política es el arte de lo posible. Si esas decisiones suponen distanciarse de López Obrador, entonces que así sea.


AQ

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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