Cultura

La disolución

La parábola escrita en el siglo XII sobre los diez toros de Kakuan que ilustran el proceso de iluminación es una secuencia de las etapas en la búsqueda de la verdadera naturaleza de uno mismo. El toro simboliza una revelación espiritual alusiva a los pasos progresivos que llevan al satori, aquel máximo florecimiento de la conciencia, ideal del Zen. Representa el principio eterno de vida, el principio creativo que trasciende cualquier filosofía, tiempo o lugar.

La búsqueda del toro, el descubrimiento de sus huellas, el encuentro con él, su difícil apresamiento, la doma, su monta hasta llevarlo a casa, el desmontarlo, su transformación en “no-ser” (incluidos el látigo, la soga, la mismidad del jinete y el toro), el regreso a la fuente del origen y, al final, la vuelta a vivir en el mundo, todo ello representa etapas de un mismo y sucesivo proceso.

En cambio, la metáfora de “Cabalgar el tigre”, una imagen proveniente de prácticas marciales como el kendo, el aikido y el kung fu, alude a la estrategia de no oponerse directamente a una situación de caos y peligro, a una fuerza abrumadora que no puede ser vencida directamente, sino actuar en ella para controlarla mediante su propio impulso y energía. Alude a una táctica de adaptación, con voluntad y conciencia firmes, con paciente y serena flexibilidad. El Evangelio de Mateo quiere decir lo mismo en su advertencia: “No resistáis al mal”. El paso lateral o el ceder para permanecer intacto del taoísmo podrían resumir tal comportamiento. No asentir sino resistir mediante el apartamiento.

En su último libro, Cabalgar el tigre (Orientaciones existenciales para una época de disolución), Julius Evola analiza las características de un periodo histórico en fase terminal como el de ahora, cuando la vida ha perdido sentido trascendente, y los comportamientos, las formas existenciales que debe adoptar un tipo humano particular para vivirlo y salir indemne. No se dirige a cualquiera sino a aquel que, aun comprometido en el mundo problemático y paroxístico de hoy en día, “no pertenece interiormente a tal mundo y no pretende ceder ante el mismo”.

Radicalmente ajeno a lo que se caracteriza como los tres dogmas: a) el culto a la historicidad (el devenir en lugar de la duración, la modificación en vez de la inmutabilidad); b) el culto de lo igualitario a ultranza (la negación de las jerarquías auténticas, una revolución cultural que ha impuesto el odio hacia la cultura y mantiene intacto “el equilibrio de la universal envidia”); c) el activismo incesante y totalitario (un compulsivo ¿qué hacer? cuyo planteamiento propio del espíritu de la modernidad afirma que “el hombre no puede salvarse a sí mismo si no salva a todos los demás”), ajeno a todo esto, Evola apela a un ser humano diferente a la inmensa mayoría de los contemporáneos. Uno cuya voluntad y conciencia no se encuentran quebrados y todavía conserva una certeza realista y no sentimentaloide acerca de lo esencial, lo que importa de verdad.

El lugar natural para él, “la tierra donde no sería un extranjero es el mundo de la Tradición”. Al emplear ese término escrito con mayúscula, Evola no habla de una repetición mecánica o acrítica de sistemas burgueses, confesionales o autoritarios, sino de una sociedad regida por principios que trascienden lo meramente humano e individual, y en la que todo ámbito atiende a lo alto, a lo metafísico. Más allá de las variedades de sus formas históricas, afirma, “debe distinguirse una esencial identidad o constancia del mundo de la Tradición”.

Este es el mundo al que pertenecen los que se encuentran de pie entre las ruinas y en medio de la disolución del mundo a su alrededor, contemplando el progresivo descenso de todas las cosas a lo cuantitativo propio del materialismo extremo, antítesis de cualquier civilización tradicional. Evola emplea una fórmula para aquellos que cultivan una “doctrina interna”: “Conducirse no hacia allí donde uno se defiende, sino hacia donde se ataca”.

No hay nada en la época actual que no sea riesgoso, y esa es, para quien se mantenga de pie, la única ventaja que el momento ofrece: su gravedad, cuando ya no hay tiempo ontológico para dudar. La Tradición está ordenada “desde los principios que emanan de un origen metafísico y divino”. Dicho énfasis, cuyo contenido no tiene nada qué ver con teísmos emocionales o prácticas religiosas “grado cero” vacías de sentido, y su clara oposición a nuestra modernidad caracterizada en la compleja advertencia nietzscheana “Dios ha muerto”, invisibilizó la obra de Evola (como la de Guénon también) en una “conspiración de silencios”.

Empero, filósofos rusos e intelectuales no pertenecientes al mainstream occidental como Alexander Dugin y su hija Daria Dugina (autora de Optimismo escatológico), han vuelto a leer a Evola para articular otras formas de resistencia ante la época terminal, entendiéndola como un periodo de transición, una anomalía histórica privativa de un ciclo que así llega a su fin.


AQ

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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