El lenguaje se estrecha. Las palabras no alcanzan. ¿Cómo decir lo indecible para impedir el horror?
A principios de 1900, la Viena de fin de siglo fue llamada el laboratorio de pruebas para el fin del mundo. Robert Musil la bautizó como Kakania. En ella habían aparecido todas las fuerzas culturales y políticas que conducirían a dos guerras mundiales y darían lugar al sangriento parto de la tardomodernidad.
Ya estaba en curso aquella Boca de Plutón —así entonces fuera simbólica pues nunca se construyó— que el arquitecto Jean-Jacques Lequeu propuso abrir a Robespierre en el centro de París: el inferus privador traído a la superficie.
Ahora ese infierno se encuentra en Gaza y lo ha abierto Israel. Citando el anatema bíblico de Amalec (en Samuel 15:3-9), Netanyahu convocó a una guerra santa de aniquilación contra el pueblo palestino: “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”.
El patológico mandato de Jehová (un dios sangriento y cruel, lleno de contradicciones teológicas que lo caracterizan más como un perverso demiurgo que como un dios creador) ha sido casi obedecido en Gaza como también entonces lo fue, pues luego del exterminio de los amalecitas, Saúl y los hebreos perdonaron “a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales, de los carneros y de todo lo bueno y no lo quisieron destruir”.
La ONU ha denunciado que Israel utiliza el genocidio como una oportunidad para probar nuevas armas, personalizar vigilancia, experimentar con drones letales, sistemas de radar y procesos no tripulados, no sólo para exterminar a una población indefensa sino para vender después esa tecnología a fabricantes de armamento y empresas tecnológicas.
Francesca Albanese, relatora especial de la ONU sobre Palestina, quien describe la situación como apocalíptica —“uno de los genocidios más crueles de la historia moderna”, ha dicho—, informó que desde octubre de 2023 la bolsa de Tel Aviv “se ha disparado un 213%, acumulando 225 mil 700 millones de dólares de ganancias en el mercado, incluidos 67 mil 800 millones sólo en el último mes”.
En ese “todo lo bueno” que los judíos bíblicos no quisieron desperdiciar se cuentan ahora los misiles excedentes que durante doce días los pilotos israelíes lanzaron al norte de Gaza en la zona de Jan Yunis al regreso de sus misiones de bombardeo en Irán.
También el aprovechamiento de la harina mezclada con oxicodona, opiáceo altamente adictivo, repartida en Gaza por Israel desde las trampas mortales de la Fundación Humanitaria construidas para asesinar o forzar la huida de una población hambrienta “marcada para la eliminación”, a la que además quiere destruirse en su tejido social haciendo adictos a los sobrevivientes.
Este genocidio que clama al cielo es el primero diseñado mediante un conjunto de sistemas de Inteligencia Artificial, siniestro entramado tecnocientífico que ha puesto en acción una “factoría de asesinato en masa”, como la describió algún oficial de inteligencia israelí.
El sofisticado sistema, que será vendido también a compradores internacionales interesados, permitió que en las primeras semanas del exterminio sionista se generaran 37 mil “objetivos militares” con 15 mil víctimas mortales, frente a los 50 objetivos que los servicios de inteligencia localizaban antes anualmente. No es casual —en este genocidio nada lo es, tampoco Hamas, sostenido monetariamente en el pasado por el gobierno israelí de Netanyahu— que la gran mayoría de los 60 mil muertos palestinos sean mujeres y niños, además de técnicos y profesionistas: se trata de aniquilar a una raza completa, aniquilar su presente y su futuro, en una limpieza étnica neofascista y neocolonial dirigida por la IA, que así permite exculpar el dilema moral y la transgresión ética de sus operadores.
En el arte del engaño que Israel practica, la hasbará, una estrategia de diplomacia pública, manipulación informativa y control económico de medios occidentales de comunicación masiva —la cual llega a lugares tan inesperados como San Cristóbal de las Casas en Chiapas, donde agentes sionistas han pedido en bares y restaurantes de la ciudad el retiro de los carteles pro-palestinos que exhiben—, se oculta al mundo la existencia de los zombies palestinos.
Desesperados por el hambre, la suya y la de los suyos, se arrastran durante kilómetros bajo el sol lacerante para llegar a los criminales centros de distribución donde podrán ser asesinados. Esa descripción: “hordas de zombies”, proviene del mismo personal encargado de proveer la ayuda. Son “personas sin ningún valor”.
Gaza es un erial y pasarán años y generaciones para reconstruirla. Es un laboratorio de armas del futuro que atañe y amaga al mundo entero, según denuncia Hernán Zin en su reciente y estremecedor documental Nacido en Gaza 2.
¿Qué sigue entonces, qué harán los psicópatas bíblicos sionistas a continuación? ¿Cómo se resiste ante el horror?