Si Dios quiere, como acepta el resignado estoicismo de los creyentes. Si el tiempo histórico lo permite, como especula el desconfiado escepticismo realista. Si queda algo después de la catástrofe, como prevé la perseverante fatalidad ilustrada. O si nunca más será posible, como lo desea el irrefrenable nihilismo de nuestros días.
En la crisis civilizacional contemporánea que todo lo abarca, un abismo que mientras contemplamos nos contempla —“Si se juzga moralmente la existencia, produce asco”, escribía Nietzsche—, han vuelto a aparecer las gramáticas del futuro, aquellas zonas ancestrales de “afirmación del Ser” de las sabidurías perennes.
Las representan movimientos actuales como el Buen Vivir (un conjunto de perspectivas sudamericanas provenientes de las tradiciones indígenas y de saberes occidentales que cuestionan a la Modernidad), la Biocivilización o Civilización de la vida (un nuevo paradigma que desde la interdependencia, la diversidad, la desmercantilización y la descomercialización de los bienes colectivos intenta superar el colapso y avanzar hacia la biosostenibilidad), la Comunalidad (un modo de ser y vivir de los pueblos indígenas de la Sierra de Oaxaca para cambiar la tradición de manera tradicional y resistir las presiones depredadoras del desarrollo capitalista), o la poética categoría del Sentipensar (una visión radical del mundo que cuestiona la separación capitalista entre mente y cuerpo, razón y emoción, antropocentrismo y naturaleza, profano y sagrado, vida y muerte, empleada por las comunidades afrodescendientes del Caribe colombiano como un “actuar con el corazón usando la cabeza”). Y son algunas de las más de cien alternativas transformadoras que se glosan en Pluriverso. Un diccionario del posdesarrollo, fascinante por la creativa diversidad hiperpolítica que contiene, una política todavía posible para los hombres y mujeres de esta época terminal.
El eje articulador de todas estas prácticas es el concepto propuesto por Ivan Illich en su libro La convivencialidad (1973), cuyo sentido semántico habitual, el de “convivencia pacífica con otros individuos con lo que se comparte un espacio”, cambió por “un término técnico para designar una sociedad moderna de herramientas responsablemente limitadas”, explica David Barkin, uno de los autores del diccionario, introduciendo como característica fundamental de una sociedad así la austeridad, “virtud que no excluye todos los placeres, sino solo aquellos que distraen o destruyen la relación personal”.
La convivencialidad busca construir un equilibrio entre las personas, sus herramientas y la colectividad, desde una ética de la libertad arraigada en la interdependencia en lugar del egoísmo individualista contemporáneo. Según Edgar Morin, citado por Alain Caillé en el mismo diccionario, “el convivialismo es un concepto clave sin el cual no puede haber una política de civilización”. Seis puntos coincidentes agrupan en él tendencias, movimientos y autores:
1. Un sentido de urgencia, pues “queda muy poco tiempo para evitar el desastre”. 2. La evidencia de que el mayor riesgo deriva de la hegemonía global del capitalismo rentista y especulativo, “enemigo número uno de la humanidad y el planeta” por su fomento paroxístico del exceso, la corrupción y la destrucción, por su “hubris” suicida. 3. El hecho de que la omnipotencia del capitalismo se basa en la impotencia de quienes sufren sus excesos. 4. La certeza de que el desarrollo democrático y civilizacional no debe consistir en un crecimiento indefinido del PIB: “el planeta no podría sobrevivir a la generalización del modo de vida occidental”. 5. La convicción de que en lugar de soluciones técnicas, económicas y ambientales, lo esencial es construir un modelo poscrecimiento a partir de una filosofía política que comprenda al mundo en su totalidad. Las ideologías de la modernidad son incapaces de considerar un mundo poscrecimiento pues creen que el problema fundamental es la escasez material y el condicionamiento por la necesidad. 6. La certidumbre de que la única esperanza radica en “desarrollar y radicalizar el ideal democrático” a través de la sociedad autogestionada, de la sociedad cívica.
Cuatro principios (señalados consensualmente en el Manifiesto Convivialista, documento anterior a la aparición de Pluriverso) sostienen esta nueva y vieja filosofía política: a) un principio de humanidad común; b) un principio de socialidad común; c) un principio de legítima individuación o autorrealización; d) un principio de oposición pacífica y constructiva (una cooperación humana “objetándose unos a otros sin matarse unos a otros”). Principios, observa Caillé, a los que frontalmente se oponen los poderes totalitarios y las dictaduras, incluida la financiera.
Doctrina de la aparición simultánea: la enfermedad y el remedio. Apocatástasis: el retorno de lo que fue y vuelve a serlo. Principio Esperanza: la voluntad perseverante ante la densa sombra que se cierne sobre nosotros.