Política

Sheinbaum y Trump: la política manda

Robert Putnam es conocido mundialmente por sus grandes aportaciones en materia de “capital social”. Sin embargo, Putnam ha teorizado mucho más que eso. El profesor de la Universidad de Harvard acuñó la idea del juego de los dos niveles entre la política interna y la política internacional. Los dos niveles son los cables que retroalimentan los incentivos, las expectativas y las decisiones que se dan entre la realidad nacional y los equilibrios de poder internacional. Es decir, toda decisión de política exterior tiene una dimensión interior, y viceversa. Es imposible no superponer ambos espacios de acción política.

La relación entre Claudia Sheinbaum y Donald Trump es un reflejo de la interdependencia entre ambos niveles políticos. Los dos jefes de estado se buscan diferenciar entre ellos con la misma magnitud que se necesitan. En tiempos en que el nacionalismo es el gran motor de la política global, la relación bilateral México-Estados Unidos está marcada por una agenda bilateral que se entiende mejor desde lo doméstico que desde la relación entre ambas naciones.

Comencemos por Trump. Para el magnate, un México gobernada por una “izquierdista”, pragmática y nacionalista es una excelente noticia. A diferencia de Canadá en donde gobierna un también práctico pero aguerrido tecnócrata, Claudia Sheinbaum ha decidido asumir que México es muy pequeño como para pelear con la fuerza de las barras y las estrellas. Trump puede vender en Estados Unidos que dobla permanentemente al Gobierno de México. Que nos tiene contra la cuerda listos para ser noqueados cuando no hagamos lo que se nos pide desde el norte. Las bases trumpistas se emocionan con las muestras de poder de su líder. También sabe, Trump, que puede vincular a la clase política mexicana con el narcotráfico y no vendrá ninguna respuesta firme desde el sur. El nacionalismo mexicano es el nacionalismo de la derrota. La toma de Chapultepec. La pérdida de la mitad del territorio nacional. El nacionalismo como víctima histórica de su cercanía con el imperio.

Trump puede enarbolar las banderas del combate migratorio y azuzar el terrorismo de los criminales como instrumento de presión frente a un México débil. Sheinbaum ha cedido a las exigencias de militarizar la frontera y admitir que México es clave en la llegada de fentanilo a las ciudades estadounidenses. Marco Rubio vino a México como emisario, firmó un entendimiento muy abstracto, pero el fondo se negoció a puerta cerrada en Palacio Nacional. Recordemos que México negoció, durante el sexenio de López Obrador, ser tercer país seguro y nunca nos enteramos. ¿Qué habrá cedido Sheinbaum que no nos enteraremos en muchos años?

Al sur del Río Bravo, las bravuconerías de Trump tienen un efecto de expansión positiva en la aprobación presidencial. Sheinbaum se fortalece cada que Trump amaga con intervenir en México o suelta alguna frase que lastima el orgullo mexicano. Sheinbaum se ha construido narrativamente como un muro frente a las locuras de Trump. A tal nivel que la propia Sheinbaum ha afirmado que Trump desea intervenir en México, pero que ella le ha dicho que no reiteradamente. El propio Trump ha dicho “le ofrecimos ayuda, pero ella no quiere”. Resulta extraño ese intervencionismo preventivo. Parece un juego pactado entre ambos: uno se sostiene firme y bravucón contra México (Trump) y la otra se lo impide enrollada en la bandera nacional (Sheinbaum). A ambos les queda la historia. Trump se ha entendido bien con Morena. Sheinbaum y López Obrador se han entendido bien con Trump. Es el bravucón que sabe reconocer cuando su interlocutor ha ondeado la bandera blanca.

La realidad es que tanto Trump como Sheinbaum esconden con la política exterior lo paupérrimos de sus resultados internos. Trump está en niveles bajos de aprobación, una economía inestable y un panorama electoral difícil, a pesar de la debilidad de los demócratas. Sheinbaum sólo puede mostrar buenos datos en la agenda que se distanció de López Obrador (crimen organizado y homicidios). La economía está estancada, la inversión pública y privada están en sus peores momentos. Y la elección del Poder Judicial le metió aun más incertidumbre al país. Aunque parezcan el agua y el aceite, Sheinbaum y Trump se complementan. Trump ha asumido que le va bien un México obediente y en regresión autoritaria. A un gobernante democrático, la deriva autoritaria de México le estorbaría; a Trump le viene como “anillo al dedo”. Un México en donde se pueda entender con gobernantes populistas nacionalistas, y no con un México liberal y plural que asume posiciones firmes (derechos humanos, democracia y libertad) en la arena internacional. Y para Sheinbaum, su estilo de moderación y sumisión es redituable entre su electorado y no enoja al ogro de Washington. Pocas veces ha sido tan evidente: la relación bilateral México-Estados Unidos depende de las realidades domésticas.


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Enrique Toussaint
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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