Quizá uno de los rasgos más definitorios de las obras clásicas es que parecerían ir cambiando con el paso del tiempo, pues conforme va cambiando la realidad, parecerían haber anticipado o hablado a elementos de la época que ni siquiera existían cuando fueron escritos. De ahí que existan luego tantas adaptaciones o nuevas versiones contemporáneas de Shakespeare, Antígona o muchas obras más que embonan a la perfección en los entornos contemporáneos, pues más que escritas para una época específica, lo que les da su atemporalidad, son los arquetipos de carácter y situaciones humanas, que continúan repitiéndose infinitamente bajo nuevos ropajes, a la manera anticipada por Nietzsche con su concepto del eterno retorno de lo mismo.
Un poco bajo este espíritu recién volví a leer uno de los libros que más importantes me han resultado, la novela breve Michael Kohlhaas, de uno de los más importantes literatos alemanes de la historia, Heinrich von Kleist. Ahí se narra una historia basada en un personaje legendario real del siglo XVI alemán, a la manera de Robin Hood, en este caso encarnado por el tratante de caballos Michael Kohlhaas, quien sufre una arbitraria injusticia a manos de un hidalgo llamado Wenzel von Tronka, quien simplemente porque puede le confisca y maltrata a dos espléndidos caballos negros. A partir de ahí la novela narra el inquebrantable empeño de Kohlhaas por obtener justicia, y cada nuevo revés y violencia sufrida en el camino lo va radicalizando en su empeño, conduciéndolo a su vez a una espiral de violencia como único recurso para procurar hacerse justicia. A lo largo del camino tiene un entrañable encuentro con Martín Lutero, a quien le expone su caso según los más elementales principios de justicia, y en el desenlace final termina también por desempeñar un papel crucial una vieja gitana, cuya profecía secreta será el arma más letal que Kohlhaas pueda empuñar en su desigual batalla. Casi que prefigurando por algunos siglos a las cofradías underground del cyberpunk, cuyas pandillas de renegados constituyen la única posibilidad de plantar cara a la realidad ilusoria y homogénea ofrecida por la Matrix.
Y Michael Kolhaas prefigura también a otro autor germanófono que un par de siglos después escribiría también en novelas breves acerca de una lucha también enrevesada y desigual en contra de un sistema burocrático que parecería diseñado como laberinto cuya principal función fuera justo la de no contar con salida: Franz Kafka. Sólo que el sistema premoderno y nobiliario al que se enfrenta Kohlhaas está más basado en la costumbre y el honor, por lo que sus alegatos apelan más a nociones de equidad y justicia, mientras que la lucha de los K de Kafka se produce ya más contra un sistema de fría racionalidad impersonal, donde el sadismo del sistema y sus funcionarios se expresa a través de códigos y sentencias absurdas donde, como sabe Josef K. desde el principio de El proceso, la culpabilidad se ha definido de antemano y lo que toca es enterarse de qué cosa se es culpable.
Y quizá en nuestra actualidad podríamos encontrar ecos de la travesía de Kohlhaas en la obra de Mark
Fisher, quien en su Realismo capitalista detalla el nivel al que las megacorporaciones y sus exigencias de rendimiento y medición se han apoderado de las vidas de los individuos en las sociedades contemporáneas, representado a su parecer de manera inmejorable en la pesadilla de las llamadas a los call centers. Así que un moderno Michael Kolhaas lucharía contra estas entidades y sus dueños de vidas y bodas más lujosas que la de todos los hidalgos de la época original juntos.