Cuando sucede algo particularmente descabellado se afirma a menudo que “la realidad supera a la ficción”. Misma dirección en que se utiliza el adjetivo “kafkiano” para denotar algo particularmente absurdo. Así que en su demoledor ensayo Ciencia ficción capitalista, Michel Nieva actualiza estos paradigmas para trasladarlos a las hipertecnológicas sociedades actuales y el dominio de los barones tecnofascistas como Musk, Bezos, Zuckerberg, de manera que podríamos ahora con mayor precisión decir que “la realidad supera a la ciencia ficción”. O quizá sería más exacto afirmar que “la realidad emula a la ciencia ficción”. E igualmente, más que “kafkianas”, las sociedades actuales serían “gibsonianas”, “stephensonianas” o “asimovianas”, para retratar las fantasías que estos tecnobarones están tratando de hacer realidad, derivadas a menudo de la ciencia ficción.
Lo anterior porque Nieva detalla que frente a la crisis planetaria en que nos ha sumido lo que Mark Fisher llamó “realismo capitalista”, la respuesta de los potentados de dicho sistema consiste en una especie de huida hacia delante: “…la ciencia ficción habilita al capitalismo las más extraordinarias fantasías: terraformación y colonización de otros planetas, minería extraterrestre, geoingeniería climática, expectativa de vida de mil años, turismo intergaláctico, inteligencia artificial al servicio de automatizar la totalidad del trabajo asalariado”. Es decir que la manera de solucionar la crisis medioambiental, de desigualdad de la riqueza y el tumulto político que todo ello genera consiste en negarla mediante fantasías de colonizar el espacio o vivir por siempre, asunto de alguna manera simbolizado por una camiseta con el lema “OCCUPY MARS” usada por Elon Musk, que jocosamente propone trasladar a Marte el mismo sistema de depredación financiera y medioambiental que hace necesaria en primer lugar la fantasía de colonizar Marte para escapar del caos planetario.
Y quizá lo más sorprendente fue conocer que, lejos de culpa por el desastre ambiental, existe una suerte de orgullo ante el cambio climático, visto perversamente como culmen del dominio del hombre sobre la naturaleza, su capacidad de destruirla, y la de volverla a salvar gracias a estos cowboys espaciales: “Porque el gran argumento a favor de los Homo Deus de Silicon Valley es precisamente ese: si la tecnología y el capitalismo fueron los causantes del desastre ambiental, solo más capitalismo y más tecnología (manipulados por la brillante pericia de los CEO de California) serán capaces de solucionarlo”. Cuyo lado b lo constituye un movimiento originado en Estados Unidos (¿dónde más?), llamado Rolling Coal, donde hombres blancos se juntan a protestar contra las políticas verdes y emitir la mayor cantidad posible de dióxido de carbono, “jactándose de su poder indiscutido sobre la Tierra”.
Lo dicho: “La realidad supera a la ciencia ficción”, y en estos tiempos de adoración de la inteligencia artificial, valdría la pena leer otro libro de Nieva, su novela gauchopunk ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?, donde un gauchoide bartlebyiano llamado don Chuma, que obedece a sus amos repitiendo la frase “Hubiera preferido no hacerlo”, finalmente se cansa y se rebela y decide pelear de vuelta y liderar una cuadrilla de gauchoides rebeldes que devienen guerrilleros. Sólo que aún no está claro si don Chuma es una alegoría de liberación, o una advertencia de los peligros de delegar cada vez más la existencia en algoritmos e inteligencias artificiales, controladas a su vez por los tecnobarones cuya sombra sobre nuestras vidas se proyecta cada vez con mayor intensidad.