Una de las mayores pruebas del poder de la actuación, y en particular cuando se trata de un actor tan guapo y magnético como lo era el recién fallecido Alain Delon, es cuando se representa a personajes que deberían resultarnos odiosos, y sin embargo incluso a nuestro pesar los encontramos fascinantes. De manera que al igual que sucede con villanos legendarios como los que han interpretado Jack Nicholson en El resplandor, Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes, o Glenn Close en Atracción fatal o Relaciones peligrosas, el Tom Ripley de Delon, en la maravillosa película clásica A pleno sol, resulta completamente cautivador. Y es sólo porque como espectadores estamos al tanto de todo lo que en realidad ha ocurrido que no caemos también en el engaño en el que consigue su personaje mantener al resto durante la mayor parte de la historia.
A pleno sol es una adaptación de El talentoso señor Ripley, la famosa novela de Patricia Highsmith, de la cual ha habido varias adaptaciones, incluida en 1999 la taquillera versión homónima, donde Tom Ripley es interpretado por Matt Damon. Por obvia que parezca la enunciación, no existe punto de comparación cercano entre ambos, pues el Ripley de Damon es ante todo irritante y fastidioso, y casi que como espectadores empatizamos con el desprecio que le produce al millonario Dickie Greenleaf (Jude Law), a quien termina asesinando y suplantando, como igualmente hace el Ripley de Delon en A pleno sol.
Sólo que la diferencia entre ambas versiones es abismal, pues en A pleno sol se mantiene en todo momento un carácter mucho más sutil y ambiguo, donde en realidad el personaje más fastidioso es el prepotente, irascible y bueno para nada millonario Philippe Greenleaf, por lo que existe en todo momento un dejo de venganza de clase en el proceder del Tom Ripley de Delon. Misma situación que se extiende a Margaret, la prometida de Greenleaf, que si bien en el remake es representada de manera un tanto boba y glamurosa por Gwyneth Paltrow, en A pleno sol se trata de una ambivalente chica (Marie Laforêt) que en realidad tiene más en común con el propio Tom Ripley. Ello porque ambos sufren en distintos momentos el desprecio y la arrogancia del millonario Greenleaf, con lo cual el triángulo amoroso cobra mayor sentido y está igualmente teñido por el dejo de venganza que une a la prometida Margaret y al amigo-sirviente Tom Ripley en contra del fantasma de Greenleaf, de quien de alguna manera depende el sustento y la existencia de los otros dos.
Y al igual que sucede con el personaje de Tancredi en el Gatopardo, aristócrata oportunista que también debería resultarnos fastidioso, el aura de Alain Delon les otorga a ambos antihéroes una ambigua profundidad, que incluso lleva a que empaticemos con ellos en sus momentos bajos, como sucede en el Gatopardo en la famosa escena donde la esposa de Tancredi, desempeñada por la atractiva Claudia Cardinale, lo humilla bailando seductoramente con su tío don Fabrizio ante la mirada de toda la concurrencia que se complace en la humillación del joven protegido. Pues si algo tenía Delon como actor era trascender por mucho al estereotipo de su belleza física, y en sus personajes a menudo un tanto losers o inadaptados (lo mismo cuando hace de corredor de bolsa medio fracasado en El eclipse), transmite genialmente los claroscuros y las ambigüedades morales tan propias de la condición humana. Y en una época como la actual, tan obsesionada con el puritanismo y la virtud moral, se agradece doblemente un legado cinematográfico tan complejo y fascinante como el que dejó detrás.
