En la contemporaneidad, la democracia, tal como se nos presenta, ha sido despojada de su esencia y semántica original, metamorfoseándose en una sombra distorsionada de su concepción ideal.
Este sistema, exaltado como la manifestación más genuina del poder popular, ha sido tergiversado y manipulado, revelándose como una impostura que perpetúa una ilusión de participación y decisión cívica.
La etimología de la palabra “democracia” deriva del griego “demos,” que significa pueblo, y “kratos,” que se traduce como poder o gobierno.
En su origen, la democracia denotaba un sistema en el cual el poder residía verdaderamente en las manos del demos, una estructura en la que cada ciudadano ostentaba voz y voto en las decisiones que incumbían a la polis.
No obstante, el modelo contemporáneo de democracia se halla peligrosamente alejado de este ideal.
En la actualidad, los mecanismos electorales que se publicitan como democráticos están plagados de disfunciones y manipulaciones.
El proceso de selección de candidatos, cooptado por élites y partidos políticos, circunscribe la genuina elección del pueblo.
En lugar de poseer la libertad de elegir a sus líderes, los ciudadanos se ven compelidos a optar entre opciones preseleccionadas, cuya nominación responde a intereses específicos y agendas subrepticias.
Este fenómeno se manifiesta en la preponderancia de campañas sufragadas por corporaciones y grupos de interés, que influyen decisivamente en quién tiene la viabilidad real de postularse y triunfar en una elección.
Así, el poder económico subyuga al poder del sufragio, desnaturalizando el concepto mismo de democracia.
Las promesas de equidad y participación se relegan a un segundo plano, eclipsadas por el predominio del capital y la corrupción.
La democracia se ha transmutado en un espectáculo, donde la simulación de participación suplantan la auténtica implicación del ciudadano en los asuntos del Estado.
La percepción pública es moldeada y manipulada, generando una visión distorsionada de la realidad política.
La manipulación informativa y la propaganda desempeñan un rol crucial en la creación de un electorado que, aunque informado, es conducido a tomar decisiones que favorecen a unos pocos en detrimento de la mayoría.
En este contexto, la verdadera soberanía del pueblo se encuentra en un estado de latencia.
La noción de que habitamos en una democracia se sostiene gracias a un precario equilibrio de ilusiones meticulosamente mantenidas, que ocultan las fracturas de un sistema disfuncional.
La esencia de la democracia ha sido subvertida, transformada en una herramienta de control más que en un vehículo de empoderamiento popular.