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La Virtud oculta de la Vagancia

En la vertiginosa carrera de la modernidad, el tiempo ha devenido un bien escaso y preciado, moldeando las esferas laboral y personal hasta el punto de confundirse entre sí. 

Los ideales de eficiencia y productividad han monopolizado la narrativa contemporánea, dejando en el olvido el valor inherente a la vagancia, ese estado de aparente inactividad que a menudo se desprecia o se malinterpreta.

La figura del vago, lejos de encarnar la negación de la virtud, puede manifestar una rebeldía ante la maquinaria opresiva de la cotidianidad frenética. 

En la vagancia se halla una invitación a desacelerar, a volver la mirada introspectiva, a permitir que la mente divague en la infinitud de su propio ser y el cosmos que la rodea. 

Es un llamado a reconectar con la esencia del pensamiento filosófico, un espacio donde el ocio reflexivo trasciende la mera pereza física.

La tradición filosófica, desde los meditativos estoicos hasta los críticos existencialistas, ha celebrado en diversas ocasiones el valor de la reflexión tranquila y desinteresada. 

La vagancia, vista bajo esta luz, se convierte en un acto de resistencia, una afirmación de la libertad individual frente a las demandas asfixiantes de la sociedad contemporánea.

En la ociosidad, encontramos el camino hacia un tipo de contemplación que se desvía del consumismo desenfrenado y la producción incesante. 

Es en el silencio y la calma donde se gestan las ideas más revolucionarias, en la pausa donde se cocina la creatividad, en la inmovilidad donde se descubre el movimiento interno del pensamiento.

Así, el elogio a la vagancia no es una apología del desinterés o la apatía, sino una reivindicación de un tiempo robado, una invitación a reencontrarse con la pausa reflexiva y la libertad cognitiva. 

En la vagancia se esconde una invitación audaz a rechazar la tiranía de la urgencia, a reconectar con la capacidad innata de maravillarse, a cultivar la paciencia y la observación profunda, elementos cruciales para cualquier aspiración filosófica genuina.

La vagancia, lejos de ser el antónimo de la productividad, puede ser la precursora de una vida más plena y reflexiva, un estado donde el ser humano puede reencontrarse consigo mismo y con la realidad que le circunda, a un ritmo más humano y menos maquinal. 

Por tanto, alabemos la vagancia, no como un estado de inercia, sino como el refugio del pensador, el alimento del filósofo, la cuna de la reflexión profunda.

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Eduardo Emmanuel Ramosclamont Cázares
  • Eduardo Emmanuel Ramosclamont Cázares
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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