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La quimera de la perfección

En la tradición filosófica occidental, la noción de perfección ha ejercido una fascinación casi irresistible. 

Desde la concepción platónica de las Formas ideales hasta las modernas aspiraciones cartesianas de certeza, el anhelo de lo “perfecto” ha impregnado el imaginario colectivo como un horizonte en apariencia inalcanzable pero, aun así, deseable. 

Sin embargo, en las últimas décadas, distintas corrientes —con influencias que van desde la fenomenología hasta el existencialismo sartreano— nos han invitado a reexaminar el valor y la pertinencia de esa búsqueda incesante de una totalidad pulcra e inmaculada.

Lejos de ser un mero capricho intelectual, la deriva filosófica contemporánea pone el énfasis en la experiencia vivida y en la primacía de la subjetividad. 

Desde una perspectiva existencial, la supuesta perfección tiende a enmascarar la angustia de la conciencia ante su propia finitud. 

Aquello que seduce de lo perfecto suele consistir en la promesa ilusoria de trascender los límites humanos y suprimir la contingencia de nuestro ser-en-el-mundo. 

Pero es precisamente esa contingencia la que vuelve insoslayable la necesidad de abrazar la autenticidad. 

Entendida en sentido heideggeriano, la autenticidad no exige una pureza inquebrantable ni una esencia incólume, sino la asunción radical de la propia libertad y la confrontación de la propia finitud. 

No se trata de aspirar a la impecabilidad, sino de establecer una relación reflexiva con uno mismo, encarando la facticidad y asumiendo la responsabilidad que se tiene ante la propia existencia y ante los demás.

En la dinámica social, la obsesión por la perfección; ya sea en la apariencia, la productividad o las relaciones, alimenta la alienación. 

Exigirnos encajar en patrones normativos imposibles nos despoja de lo que nos hace singulares: nuestras pequeñas imperfecciones, errores e historias personales, que constituyen la savia de la individualidad. 

La autenticidad nos invita, por el contrario, a coexistir con nuestras limitaciones y a convertirlas en fuentes de aprendizaje y creación. 

El reto actual; agudizado por la incesante exhibición en redes y la normalización de estereotipos imposibles, reside en cultivar la valentía de ser quienes somos en un contexto que con frecuencia nos exige lo contrario.

Así pues, la búsqueda de la perfección se revela como una quimera que, con demasiada frecuencia, deriva en autonegación y frustración. 

En su lugar, la autenticidad se erige como un imperativo filosófico que exige abrazar nuestras posibilidades y limitaciones con transparencia y coraje. 

Rescatar la autenticidad frente a la tiranía de la apariencia y de la perfección impuesta; tanto por la cultura y el mercado como por nuestras propias expectativas, se presenta como la gran tarea del ser humano contemporáneo. 

Ser auténticos no nos hace infalibles, pero nos dignifica en cuanto seres conscientes y libres, capaces de transformar nuestra existencia en un proyecto vital verdaderamente significativo.

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Eduardo Emmanuel Ramosclamont Cázares
  • Eduardo Emmanuel Ramosclamont Cázares
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