En la intersección entre la tecnología emergente y la filosofía clásica, surge una pregunta de creciente relevancia:
¿Qué significa "ser" en un espacio virtual? Si bien la filosofía tradicional se ha ocupado de lo que es real y lo que no lo es, la proliferación de entornos digitales, desde los videojuegos hasta los metaversos, desafía nuestras concepciones ontológicas y nos obliga a reconsiderar las categorías fundamentales de la existencia.
El espacio virtual, aunque construido artificialmente, no es simplemente un reflejo o una extensión de lo físico.
Es un dominio con sus propias reglas, donde la relación entre sujeto y objeto, entre identidad y lugar, es reconfigurada.
En estos entornos, los cuerpos y las mentes interactúan de maneras que trascienden las limitaciones del mundo físico.
Avatares, representaciones digitales de nosotros mismos, no solo son meros instrumentos; se convierten en extensiones de nuestra identidad, imbricando lo virtual con lo real en un tejido ontológico que desafía la dicotomía tradicional.
Uno de los principales desafíos ontológicos en el espacio virtual es la naturaleza del ser digital.
¿Es un avatar una entidad en sí misma, o es simplemente una proyección? Martin Heidegger, al hablar del "ser-en-el-mundo", enfatiza que el ser humano no puede ser entendido fuera de su contexto mundano.
Sin embargo, en un metaverso, ¿qué constituye ese "mundo"? ¿Es el espacio virtual un "mundo" en el sentido heideggeriano, o es algo radicalmente distinto, un "anti-mundo" donde las categorías ontológicas tradicionales se disuelven?
La noción de presencia también se transforma en estos entornos.
La "telepresencia", el sentimiento de estar presente en un espacio digital, aunque físicamente ausente, plantea cuestiones sobre la realidad de la experiencia.
La fenomenología ha explorado cómo la experiencia vivida (Lebenswelt) da forma a nuestra percepción del mundo; en el espacio virtual, esta experiencia es mediada por códigos, algoritmos y gráficos.
¿Podemos hablar de una "Lebenswelt digital", donde la existencia se experimenta a través de una interfaz, y si es así, ¿cómo afecta esto a nuestra concepción de lo real?
Desde una perspectiva metafísica, el espacio virtual puede verse como un "tercer reino" (para usar la terminología de Nicolai Hartmann), un dominio intermedio entre lo real y lo ideal.
No es meramente una construcción mental ni simplemente un mundo físico digitalizado; es un espacio con su propia ontología, donde las cosas existen de manera diferente.
Las cosas virtuales no tienen masa ni ocupan espacio físico, pero tienen propiedades y relaciones que son coherentes dentro de ese espacio.
Finalmente, el espacio virtual plantea una reevaluación del concepto de autenticidad.
La autenticidad, según filósofos como Kierkegaard o Sartre, está vinculada a la coherencia interna del ser y la realización personal en un mundo tangible.
En el espacio virtual, donde la identidad puede ser fluida y la realidad maleable, ¿cómo se reconfigura la búsqueda de autenticidad?
¿Es la flexibilidad del ser digital una forma superior de libertad, o una disolución peligrosa de los límites ontológicos que definen lo que significa "ser"?