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La batalla silenciosa de volverse real

Vivimos en una época peculiar, en la que el ser ha sido desplazado por el parecer, y el valor que otorgamos a nuestra propia existencia se mide, con inquietante frecuencia, en función de las proyecciones ajenas. 

Nos contemplamos no desde una mirada interna y firme, sino a través de un caleidoscopio de expectativas supuestas. 

Lo que creemos que esperan, lo que imaginamos que juzgan, lo que asumimos que exigen. 

Así, el yo se convierte en un reflejo desdibujado, sostenido por hilos que no nos pertenecen.

Esto no es solo una cuestión de inseguridad cotidiana. Es, en el fondo, una erosión existencial. 

Hemos olvidado que el valor auténtico no germina en la aprobación circunstancial, sino en la paciente y callada disciplina de intentar ser mejores. 

Nos inquieta más cómo nos perciben que quiénes estamos dispuestos a ser. 

Como si la mirada del otro pudiera otorgarnos sustancia, como si el juicio externo pudiera dictar la integridad que solo se gesta desde adentro.

Volverse mejor no implica adherirse a normas impuestas ni conquistar una imagen ideal. Es, más bien, una labor íntima y rigurosa. 

Requiere honestidad para reconocerse incompleto, humildad para no autoengañarse, y voluntad para corregir sin dramatismo. 

Es mantener la palabra cuando sería fácil retractarse, actuar con mesura cuando nadie observa, sostener el respeto incluso en la soledad. 

Es también saber escuchar sin urgencia de responder, y pensar sin necesidad de opinar.

Sin embargo, nada de eso se celebra públicamente. No se captura ni se comparte. No se viste de espectáculo. 

Y allí radica la tensión: anhelamos profundidad mientras nos distraemos en la superficie. 

Fingimos claridad cuando en realidad huimos del vacío. Simulamos convicción donde apenas hay ruido.

La transformación personal no es una meta que se alcanza, sino una forma de habitar el presente con lucidez. 

No comienza en la mirada de los demás, sino en la serena confrontación con uno mismo. 

No se trata de replegarse, sino de dejar de depender. La validación más sólida no proviene del exterior, sino de saberse en proceso, de reconocerse en tránsito sin perder la dirección.

Quizá, en última instancia, volverse real no sea más que eso: abandonar la actuación, desmontar la escenografía, y comenzar a edificar una vida que uno pueda habitar con dignidad. Sin aplausos, sin atajos, sin temor.

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Eduardo Emmanuel Ramosclamont Cázares
  • Eduardo Emmanuel Ramosclamont Cázares
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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