En un país donde la productividad ha tenido más peso que las rodillas de los trabajadores, la aprobación de la Ley Silla no sólo marca un cambio normativo; inaugura una revolución silenciosa, ¡en el 2024!
En apariencia, ofrecer una silla no parece gran cosa, pero en México, donde los cuerpos de los empleados han sido históricamente instrumentos desechables, sentarse no es solo descanso: es resistencia.
La ley prohíbe que los empleados pasen toda la jornada laboral de pie y exige que se les proporcione una silla para descansos periódicos.
Esta ley intenta reducir la violencia que se ejerce sobre los cuerpos en el ámbito laboral.
Obligar a los trabajadores a estar de pie durante horas no es solo un acto de negligencia física; es un símbolo de jerarquía, de quién manda y quién obedece.
Ese gesto cotidiano de negar un asiento es una expresión de una cultura laboral que ha construido pirámides humanas.
¿Qué significa, en el universo de los pasillos de supermercados y de las cadenas de producción, que un jefe decida si sus empleados pueden sentarse?
Más que una decisión logística, es un recordatorio del lugar que ocupan en la estructura laboral.
La postura erguida no es sólo física; es simbólica, una forma de control que asegura que el empleado siempre esté “en posición” para trabajar.
¿Por qué en 2024 una silla sigue siendo revolucionaria? Porque detrás de su madera, metal o plástico se encuentra una historia de desigualdad estructural que la modernidad disfrazó de productividad.
Las largas jornadas de pie, con sus daños circulatorios y musculares, son la cara visible de un sistema que, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), también afecta la mente: genera estrés, erosiona la autoestima y convierte la rutina en un ritual deshumanizante.
La aprobación de esta ley es un avance importante, y al mismo tiempo, también un recordatorio de que las leyes, por sí solas, no cambian culturas.
¿Qué importa un reglamento si, en la mente de la persona empleadora, el personal sigue siendo una extensión del mobiliario?
En esta historia de reposos negados y dignidades recobradas, la silla deja de ser un mueble para convertirse en una metáfora. Sentarse, al final, no es solo descansar: es reconocer la dignidad de las personas trabajadoras.
Es, en un acto tan sencillo como doblar las rodillas, enderezar un poco la historia.
Una silla para hacer las paces con demostradoras de productos, cajeras, meseros dependientes de tiendas, edecanes, guardias, etc.
@perezyortiz