La guerra es trágica, pero también invisible, pues es ignorada por todos. Sudán no ha captado una fracción de la atención que tiene, en el mundo, el drama que ocurre en Gaza o en Ucrania.
Más de 150 mil personas han muerto; alrededor de 12 millones han tenido que dejar sus hogares; la capital del país ha sido destruida por completo. Hace unas semanas, la ONU afirmó que están muriendo de hambre los habitantes de el-Fasher, al oeste de Darfur. “Las granjas y los cultivos han sido quemados. La gente se ve obligada a comer hierba y hojas. Si la escasez de alimentos continúa, entre 6 y 10 millones de personas podrían morir de hambre para 2027”, publicó The Economist.
Sudán tiene una extensión de 1.9 millones de kilómetros cuadrados. Es el tercer país más grande de África. También uno de los más pobres del mundo. En 2022, antes de la guerra, su población de 46 millones sobrevivía con un ingreso promedio anual de 750 dólares por persona (menos de mil pesos al mes). La guerra es el resultado de las tensiones que siguieron al derrocamiento en 2019 de Omar al-Bashir, en el poder desde 1989. Las protestas en las calles pedían el fin de sus 30 años de gobierno. El ejército dio un golpe de Estado; estableció un gobierno militar y civil, que fue derrocado a su vez, en 2021, por otro golpe de Estado, organizado por los dos hombres que están en el centro del conflicto actual: el general Abdel Fattah al-Burhan, jefe del ejército, y el general Mohamed Hamdan Dagalo, su lugarteniente, jefe de las llamadas Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). Burhan y Dagalo discreparon sobre la dirección que había que dar al país, no por razones ideológicas o identidades étnicas, sino porque ambos estaban aferrados a sus posiciones de poder. Los enfrentamientos estallaron el 15 de abril de 2023. Tras más de dos años de guerra, las RSF están hoy en control de la frontera con Libia y Egipto, además del territorio de Darfur, y tienen el apoyo de los Emiratos Árabes Unidos. El ejército, a su vez, controla el norte y el este del país, junto con la capital, y tiene el apoyo de Egipto, preocupado por la suerte de un país con el que comparte las aguas del río Nilo.
Jartum está en ruinas, sus hospitales destruidos, la ciudad bloqueada. Hay hambruna. En la provincia de Darfur, las RSF han sido acusadas de genocidio, de querer destruir al pueblo de los Masalit. Han ocurrido violaciones masivas de mujeres y niñas y asesinatos masivos de hombres y niños, e incluso de infantes. Los intentos de diálogo han fracasado todos, en Ginebra, Baréin y Arabia Saudita.
¿Por qué no le importa Sudán al resto del mundo? Hay algo de racismo, sin duda. También algo de confusión: no queda claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Pero debería importarle. Sudán tiene fronteras con siete países de África, todos frágiles, que pueden ser desestabilizados por el flujo de refugiados y mercenarios. Y la ola de emigrantes puede llegar (ha llegado ya) hasta Europa. Rusia e Irán exigen una base naval en el mar Rojo, a cambio de su apoyo al ejército de Sudán. La guerra amenaza las operaciones del Canal de Suez, por el que circula la séptima parte del comercio mundial. No debemos ignorar más esta guerra, por razones de interés y de ética.