En 1986, profesores marcharon en Washington para protestar contra el uso de calculadoras en las aulas. Temían que los estudiantes dejaran de pensar. Casi cuarenta años después, las matemáticas no murieron, evolucionaron. Hoy, el nuevo riesgo existencial es ChatGPT.
El reciente estudio del MIT reactivó las alarmas: quienes delegan completamente la escritura a la IA muestran menor actividad cerebral. Eureka. Qué obviedad. Como ironiza Cassie Kozyrkov: “Decir que la IA daña el pensamiento es como decir que usar un montacargas impide ejercitar los bíceps”. El problema no es la herramienta.
Lo relevante del estudio no fue la advertencia, sino la oportunidad que reveló: cuando los estudiantes primero escriben por su cuenta y luego usan la IA para mejorar el texto, su pensamiento no se atrofia, se afila. La clave está en el compromiso, en la intención reflexiva. Pero eso no suele entrar en los criterios de evaluación.
Seguimos confundiendo el aprender con el completar exámenes y hacer ensayos. El ensayo se convirtió en fetiche pedagógico. Si el estudiante redacta algo extenso, bien estructurado y con citas correctas, asumimos que ha reflexionado. Pero pensar no es llenar cuartillas. Pensar es dudar, conectar, argumentar, imaginar. Y eso no siempre cabe en un PDF con formato APA.
La IA no empobrece el pensamiento. Lo empobrece un modelo educativo que se centra en el producto de papel, no en el proceso reflexivo.
Mientras las universidades sigamos evaluando como en 1950 —con tareas lineales y memorísticas—, cualquier tecnología parecerá una amenaza. Pero el verdadero riesgo es no replantear para qué sirve la educación superior en un mundo donde el conocimiento está a un clic, y donde las habilidades humanas (pensamiento crítico, criterio ético, capacidad de síntesis, visión compleja) son más necesarias que nunca.
La IA puede ser una aliada formidable si sabemos integrarla a una pedagogía que valore la exploración, el diálogo, el error, la creatividad. Pero eso exige salir de la lógica del “producto entregable” y volver al centro: aprender es transformar la forma en que vemos el mundo, no solo producir textos que lo describan.
Ni ChatGPT va a matar el pensamiento, ni un ensayo lo garantiza. El dilema no es tecnológico. Es pedagógico.