El humo blanco volvió a elevarse sobre la Capilla Sixtina, y el Habemus Papam se hizo presente. El cardenal Robert Prevost, de origen estadounidense y peruano, fue elegido nuevo líder de la Iglesia Católica. En un gesto cargado de simbolismo, decidió llamarse León XIV.
No es casual, el nuevo Papa rinde homenaje a León XIII, quien, a fines del siglo XIX, enfrentó los estragos sociales de la revolución industrial con la publicación de su encíclica Rerum Novarum (De las cosas nuevas). En ella, colocaba los derechos de los trabajadores como prioridad de la doctrina católica, en un momento en que la explotación laboral avanzaba y el humano era reemplazado por la máquina (de vapor, en aquel entonces).
Como decía Mark Twain, la historia nunca se repite, pero a veces rima. León XIV inicia su pontificado en medio de otra revolución: la digital. En plena era de disrupción tecnológica, el pontífice hizo un llamado a colocar la dignidad humana al centro de la innovación.
La postura de León XIV hace eco con la de su predecesor, Francisco, quien, durante su mandato, advirtió sobre los riesgos de la Inteligencia Artificial e introdujo el concepto de ”Algorética”: un nuevo marco de reflexión que invita a alinear los desarrollos de la ingeniería algorítmica, bajo la brújula de los valores éticos universales.
Si las intenciones de León XIV son revolucionar el humanismo, la algorética será clave en el nuevo paradigma de la disrupción tecnológica: habrá que promoverla en las universidades y adoptarla en las regulaciones internacionales. Y es que esta transformación no tiene precedentes: si la revolución industrial mecanizó el cuerpo, la digital apunta al pensamiento mismo. Como advierte Yuval Harari, la IA no es una simple herramienta, sino un agente con capacidad de aprender y decidir. En un futuro cercano, podría, incluso, crear sus propios textos teológicos. ¿De la infalibilidad papal a la del algoritmo?
Hablar de una ética del algoritmo no es apostar por el tecnopesimismo; se trata más bien de un llamado a que las innovaciones no desplacen a la persona, sino que fortalezcan su dignidad. Que la tecnología no sustituya la conciencia, sino que la sirva. Al final, como afirma el mismo Papa: ningún algoritmo puede reemplazar “la sabiduría del corazón humano”.