En la teoría argumentativa, la falacia ad hominem consiste en descalificar a la persona en lugar de refutar sus ideas: “tu opinión no vale, no porque estés equivocado, sino porque eres tú”. Las redes sociales están saturadas de este recurso, viven de él. Lamentablemente, esta lógica simplista y polarizante ha permeado en los campus universitarios.
Para muestra un botón. Hace unos días, los investigadores Tommy Barone y Jacob Miller publicaron un artículo donde relataban cómo lograron la hazaña, en Harvard, de abrir un espacio de discusión sobre temas altamente controvertidos — desde la guerra en Gaza hasta las políticas de admisión universitaria —. El título del texto es revelador: “El debate cívico aún es posible en las universidades” (Ver: lc.cx/NJ42yc) ¿De verdad hemos llegado al punto de celebrar que, en una universidad, exista un diálogo civilizado?
El diálogo no surge por inercia; requiere marcos, acuerdos, valores compartidos mínimos. Las instituciones no deben caer en el error de valorar solo la pluralidad, menospreciando el diálogo estructurado. La pluralidad es condición necesaria, pero insuficiente, si no se acompaña de responsabilidad compartida. Sin un marco claro, hasta la universidad se convierte en foro ruidoso, incapaz de producir consensos y, peor aún, de formar ciudadanos capaces de convivir en la diferencia.
El riesgo: que la lógica del agravio y la polarización —tan rentable en la arena digital— se arraigue también en las aulas y pasillos. Que la universidad se parezca más al Twitter de Musk que al ágora y plaza pública de Sócrates. La universidad no puede resignarse a ser un reflejo de la crispación, ni transformarse en una trinchera ideológica más. Su misión es más exigente: garantizar condiciones para un diálogo crítico que no se limite a la tolerancia pasiva, sino que promueva un respeto activo, consciente de que la discrepancia no es un obstáculo, sino la base de la deliberación.
Si lo consigue, la universidad seguirá siendo lo que debe ser: un templo del pensamiento, capaz de formar generaciones que entiendan que la democracia se sostiene tanto en la participación como en la discusión civilizada. Si fracasa, quedará atrapada en la lógica X: conflicto permanente y nula capacidad de construir futuros.