Hacia 1963, Guy Burgess murió en Moscú a causa de arteriosclerosis y una insuficiencia hepática aguda. Había pertenecido al Círculo de Cambridge, una red de egresados de la Universidad de Oxford que servía como espías a la Unión Soviética. Espías los había por doquier, pero ellos acaso se revelaban diferentes. Eran talentosos, educadísimos y gozaban de una red privilegiada de contactos. Traicionar es siempre censurable; la suya, por si fuera poco, era una por partida doble: hijos privilegiados de Albión, habían decidido conspirar en contra de su país y de su clase. Por qué —ésa es la pregunta que se plantea desde entonces y que jamás se ha llegado a contestar.
Burgess, no obstante, se distinguía de los otros miembros del círculo —Kim Philby, Donald Maclean, Anthony Blunt y John Cairncross— por varias razones: a diferencia de todos ellos, su destino no fue, desde la cuna, el del servicio público. Como su padre, deseó convertirse en marino: se matriculó en la Britannia Royal Naval College de Dartmouth, pero ese camino le fue prontamente impedido por una afección ocular. A diferencia de su padre, Guy era extravagante y divertido, uno de esos excéntricos que —de no ser ingleses— se consideraría enfermo en cualquier otro lugar. Decidió mejor dejar atrás el mar y enlistarse en Eton y en Cambridge. ¡Nada mal!
En Oxford, aún luego de la traición final, sus amigos lo recuerdan —cuenta Andrew Lownie en su espléndida biografía Stalin's Englishman: Guy Burgess, the Cold War, and the Cambridge Spy Ring—como un espléndido dibujante y escenógrafo, además de un muy correcto lector de historia y filosofía. Además de estas virtudes académicas, Burgess gozaba de la nada despreciable virtud de agradar: ambas cosas le valieron una invitación a sumarse a la “Sociedad de los Apóstoles”, donde departió de manera regular con figuras como G. E. Moore, E. M. Forster y John Maynard Keynes.
Tras graduarse, Burgess buscó la carrera académica sin éxito, por lo que se vio obligado a buscarlo en otro lugar. Eran los años treinta, la década del ascenso nazi y de múltiples crisis financieras; y fue tambien cuando le picó entonces —por ponerlo en términos de Gilberto Owen— el mosquito marxista. A principios de 1934, poco antes de abandonar la universidad de una vez por todas, Arnold Deutsch, un espía soviético encubierto como estudiante, reclutó a su amigo Kim Philby como espía. Bastaría una recomendación de este último para que Burgess deviniera un empleado de la KGB. Desde entonces su nombre no sería más Guy Francis de Moncy Burgess, sino el de agente “Mädchen”. Alea jactea erat!