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A J. C. C., que se va de paseo

El espionaje —escribió Héctor Aguilar Camín a propósito de un libro de Manuel Buendía sobre la CIA— es “ese otro modo habitual, aunque invisible, de hacer política, mezcla demoledora de diplomacia y guerra”. Así como las historias de fantasmas, los espías despiertan fascinación en el gran público acaso porque suceden ante sus ojos sin que sea capaz de advertirlo. Hechiza como lo que se desconoce e intriga dado que se puede conocer. Y sobre todo: a diferencia de la fantasmagoría, de nueva cuenta, el espionaje no pone a prueba nuestra incredulidad.

Se dirá que el espionaje nace con la política, pero no es verdad. Existe desde que existen las sociedades organizadas, pues todo lo que se precie de ser humano es susceptible de espionaje. La información sirve para lo que sirve, lo mismo para amedrentar a un amante, extorsionar a un colega de trabajo o doblegar a un adversario político. Hasta antes de la Guerra Fría el espionaje había sido, en muy buena medida, el mismo. Sus motivaciones eran meramente utilitarias. Y tan utilitario es que el Reino de Francia espíe al de España por no otra razón que la del más fiero balance de poder, como que un campesino delate a uno de sus compañeros por el embrujo de unas monedas.

La Guerra Fría, sin embargo, se distingue de casi todos los periodos anteriores. Fue una guerra de religión —laica, si se quiere, pero guerra de religión en toda regla. Y, por ello, participar en ella comportaba un compromiso íntimo entre el hombre y su causa. En un libro sobre el Círculo de Cambridge, el más célebre grupo de espías donde los haya, Cyril Connolly afirmó que estos ingleses de buena cuna traicionaron a su país y a su clase por fines revolucionarios. El problema, agregó, es que el revolucionario es como “un niño cuyo ímpetu de amor se muestra insatisfecho, cuyo deseo de poder se revela frustrado o cuyo sentido innato de la justicia está torcido”. Ah —y esta condición está también en los dictadores.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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