Pienso en ese cuento de Borges en el que el mapa del reino alcanza las proporciones del reino mismo. La obsesión de los cartógrafos con la exactitud los lleva a concluir que sólo un mapa a escala del imperio mismo será suficiente. La historia parece ironizar sobre la relación entre representación y realidad, y cuestiona la posibilidad e inutilidad de una ciencia cuyo valor último sea reproducir el mundo en todos sus detalles. Para 1946, año de publicación del cuento titulado Del rigor de la ciencia, la posibilidad de replicar el mundo era impensable. Ahora, la web ha generado un ultramundo –según lo llama Baricco, otro borgeano–, es decir: una copia digital del mundo, sólo que más accesible y carente de fricciones. Una copia digital del mundo que resulta más líquida, menos áspera, más manejable y digerible. Supongo que Borges hubiese escrito algo genial al respecto.
Yo recuerdo ese cuento y pienso en la obsesión de los reyes con las representaciones imaginarias (en el sentido intangible) de sus reinos justo ahora que alcanzamos el momento de la rendición de cuentas: la obsesiva reducción de la realidad y sus matices a datos y cifras que (según) lo comunican todo a costa de no comunicar nada. Salgo de mi colonia, cada vez más lentamente por los insufribles baches que se reproducen y crecen como hongos con las lluvias, y en los 200 metros de dicha pavimentada antes de entrar a Colosio, leo en un espectacular la espectacular cifra de 700,000 atenciones y servicios otorgados por el Municipio sólo a través de una de sus dependencias. 700 mil.
Supongo que todos los habitantes del municipio nos dimos unas dos vueltas a pedir informes a una ventanilla. Qué sé yo. La representación del reino se ha vuelto más importante que el reino mismo, siempre y cuando sea una representación (una cifra, una foto) sin partes espinosas, sin fricciones, sin bordes punzocortantes: suavecita: como manejar en asfalto parejito.