Nunca cometió un delito. Nunca robó, mintió, estafó, engañó, traicionó. De hecho, el apóstol Pedro, quien convivió muy de cerca con el durante tres años dijo: “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”.
Cuando fue llevado ante Pilato, fue sometido a tortura y vituperio. La narración de la escena va acompañada de una doble declaración de inocencia a favor de Jesucristo: “Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! y le daban de bofetadas. Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre! Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él.”, Juan 19:1-6.
Pilato tuvo frente a sí al Dios encarnado, y su posición de poder se vio ensombrecida ante este hecho: “Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo... Desde entonces procuraba Pilato soltarle”, Juan 19:7-8, 12a.
Conoces la historia. Jesucristo fue entregado a un método de muerte despiadado y horrendo. Pero todo esto no escapó al plan de Dios. Nadie obligó a Jesucristo a ir a la cruz. Él voluntariamente se entregó en obediencia al Padre, y lo hizo en favor nuestro: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”, 1ª. Pedro 3:18.
Tú y yo somos pecadores perdidos. Hemos transgredido las normas de un Dios eterno, y en consecuencia merecemos un castigo eterno. Pero Dios nos ama de tal manera que decidió asumir sobre sí mismo las consecuencias de nuestra rebeldía.
Jesús conoce tu culpa y vergüenza. Sabe todo de ti. Ven a él tal como estás, y pídele que te salve y venga a morar a tu corazón.