Imagina que adquiriste una deuda con alguien, y no le pagaste. Lo más probable es que no quieras cruzarte en su camino, y si te llamara, evitarías contestar o harías nuevamente ofrecimientos de ponerte al corriente cuanto antes.
Quizá al leer el ejemplo consideres que ese no ha sido nunca tu caso. Pudo no haber ocurrido en el plano material, pero hay otro más trascendente en el que todos estamos inmiscuidos sin excepción alguna, y me refiero a la deuda con nuestro Creador que, por cierto, es humanamente impagable.
Ninguno de nosotros puede cumplir los estándares de perfección y santidad establecidos por Dios en sus estatutos. Todos quedamos lejos del estándar divino y nos sabemos “deudores”, o para decirlo de forma más clara, “pecadores”. Por supuesto hay quienes tratan de evitar esta aseveración y se “refugian” en el ateísmo o en cualquier otra creencia que eviten enfrentar su condición espiritual; pero no hay escapatoria, la deuda tiene un costo y es la separación con Dios, aquí y por la eternidad.
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado”, (Gálatas 6:7). "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios", (Romanos 3:23), “No hay justo, ni aun uno”, (Romanos 3:10), “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento”, (Isaías 64:6). “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”, (Eclesiastés 7:20).
El deudor, o pecador, muere espiritualmente: “El alma que pecare, esa morirá", (Ezequiel 18:20). “Porque la paga del pecado es muerte”, (Romanos 6:23). Esa es nuestra realidad, pero Dios nos ama de una manera inmensurable a pesar de conocernos a la perfección, por lo que se ha provisto a sí mismo en favor nuestro a través de Cristo: “ Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”, (Romanos 5:8).
Jesús no vino para condenarte, sino para otorgarte gratuitamente su perdón: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”, (1ª. Pedro 3:18).
Jesús vive; te ama y anhela. Pídele ahora mismo que te salve y venga a morar a tu corazón, y hará de ti una nueva criatura.