Kalmen estaba autorizado por los nazis para trabajar fuera del Gueto de Varsovia. El 23 de diciembre de 1941 caminó hacia la puerta de salida sosteniendo con firmeza su bolsa de herramientas. El temor le invadía. Los guardias no lo sometieron a revisión. Milagrosamente la bebé de cinco meses que llevaba al interior de ese bolso no lloró.
Kalmen se dirigió al convento ubicado en el centro de la ciudad, repleto de niños huérfanos. Allí Rosa Rotenberg fue educada y criada bajo el catolicismo y un nombre falso: Wanda Darlewska. Sus padres, Salomón Rotenberg y Regina Seywacz, lo habían escrito en un papel que fue atado a su cuello.
Salomón sobrevivió a la guerra, pero no así su esposa Regina. Salomón logró recuperar a su hija, quien dejó de ser Wanda y se convirtió nuevamente en Rosa. Luego Salomón se casó con Flora, una joven que había combatido en la resistencia judía en el Gueto y que también había enviudado.
Cuando Rosa cumplió 18, su padre le contó todo: El gueto, el hambre, el peligro, la huida secreta, las manos solidarias de Kalmen, el orfanato, el nombre falso, la muerte de su verdadera madre. Para Rosa todo fue impactante. Entonces logró entender por qué ella siempre se sentía “enojada con el mundo”.
La familia acabó mudándose a Argentina, y Rosa se convirtió en una prestigiosa Doctorada en bioquímica que trabajó al lado del Premio Nobel César Milstein. Rosa se casó y formó su propia familia, pero el pasado seguía taladrando su interior.
Finalmente, y luego de mucho tiempo e investigaciones, logró armar su historia. A los 83 años logró encontrar la tumba de su madre Regina en el campo de concentración de Bergen Belsen, al sur de Hamburgo, Alemania. Acompañada de sus dos hijos, Rosa lloró como nunca en su vida mientras decía: “Mamá, acá estoy. Soy yo, tu hija. Te encontré”.
Tu historia nunca estará completa si no te reencuentras con tu Creador. Él te ama tanto que envió a su único y amado hijo Jesucristo a morir en tu lugar, para evitar que te pierdas eternamente.
Él no es indiferente a lo que has sufrido; ni tampoco a lo que has hecho. Sin importar tu edad, quiere perdonarte y salvarte. Por fe puedes creer en lo que Jesús hizo por ti, y pedirle que entre en tu corazón. Todas tus búsquedas culminan en él. Entonces escucharás la dulce voz: “Te encontré”.