Acepto que el mundo es el caso y la totalidad de los hechos y no de las cosas y que está determinado por los hechos y por ser todos los hechos. Pido que en mi aceptación se tome en cuenta que estoy leyendo estas reglas o definiciones no en el idioma en el que se escribieron —alemán— sino en traducciones al inglés y al español que difieren entre sí y me llevan a preguntarme si las discrepancias o matices alteran el mundo que se establece como caso en el inicio del Tractatus Logico-Philosophicus —obra que el propio Wittgenstein describió como estrictamente filosófica, aunque “al mismo tiempo literaria, pero sin verborrea”--- o son meros detalles de superficie, sin consecuencias. Reconozco que los hechos no dependen de mi percepción para seguirse desarrollando, pues lo hacen a solas, y si bien puedo intervenir —por ejemplo, cerrar la ventana para que no entre la lluvia en mi cuarto—, mi intervención no cambiará cada circunstancia en que se presente el mismo hecho (no se cerrarán todas las ventanas mientras llueve). Sé que estoy incurriendo en una forma de verborrea. Sé que mi vocabulario es limitado y eso condiciona y mutila mis expresiones. “No es en absoluto forzoso que algo suceda porque otra cosa haya sucedido. La única necesidad que hay es la necesidad lógica”. Sé que hoy es sábado, ayer fue viernes y mañana será domingo. Sé que los días ocurren sin que yo tenga que nombrarlos. Sé que cada cabeza es un mundo y hay muchas cabezas y todas piensan y sostienen ideas. Cuando salgo a la calle las veo caminando con sus cuerpos y a mí, supongo, me ven con el mío. Nos cruzamos en las esquinas o en los parques. Algunas cabezas que conozco esgrimen su razón como si fuera una navaja o una piedra puntiaguda o un puño cerrado. Para concederles el beneficio de la humildad, las observo por detrás tan pronto me dan la espalda. Donde antes hubo una cola hay verdades involuntarias. No es lógico ni necesario ser quienes somos. Las dislocaciones en las cabezas generan espejismos. Adentro y afuera se contradicen o se repiten según el punto de vista.
A un posible editor del Tractatus… Wittgentsein le pidió que leyera primero el preámbulo y la conclusión: ahí se aclaran de modo directo sus propósitos que, por más extraño que parezca, son éticos. “Mi trabajo consiste en dos partes: la que está aquí y toda la que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la que importa”. Si pasa inadvertida se debe a que transcurre en silencio, aún invisible. En 1919, en una carta a Bertrand Russell, anunció que había resuelto por fin “nuestros problemas… terminé el libro en agosto de 1918… me encantaría prepararte una copia, pero es bastante largo y no habría manera de mandártela. Además, no entenderías sin una explicación previa… (Lo cual significa que nadie va a entender… aunque yo creo que es claro como el agua.)” O quizá como la luz en el agua. Estoy segura de que varios de los incisos del Tractatus… son bromas indescifrables. Y eso me consuela.