Cultura

Obstrucciones

Desde hace algunos meses mi relación con plomeros ha sido intensa. Goteras, fugas, humedades en zonas normalmente secas y luego llamadas insistentes hasta que aparece un plomero con su caja de metal repleta de herramientas y tubos de silicón. Revisa el lugar problemático debajo del lavabo con una linterna diminuta de alta luminosidad, lanza un suspiro y me anuncia que quizá sea necesario romper el piso, quitar la tubería y dejar todo abierto durante una semana. Cuando expreso mi alarma, me dice "como usted quiera… tendrá que hablar con mi jefe", cierra su caja y se encamina hacia la puerta.

Yo prosigo con mi rutina de colocar jergas en la madrugada y exprimirlas antes de dormirme. Noto un riachuelo creciente en la juntura de una de las losetas. Trato de distraerme, de pensar en cosas más importantes, pero me cuesta trabajo fingir indiferencia al escurrimiento. Busco otra vez al plomero y le ruego que venga lo más pronto posible. Se comunica conmigo el jefe y me explica con lentitud silábica —como si yo no entendiera español— que para evitar mayores complicaciones lo mejor es cambiar el lavabo. Acepto de inmediato y empiezo a recibir numerosas fotos. Le sugiero al jefe que él escoja. Me responde "sábado once am por favor". "Claro que sí", le escribo y añado varios emojis de pulgares enhiestos para que no quede la menor duda de mi acuerdo. El sábado me preparo para darle la bienvenida al equipo. Llegan el jefe y su asistente dos horas tarde.

El lavabo nuevo es muy pequeño. Se lo comento al jefe y me contesta que así los venden ahora y hasta más chiquitos. En la noche, cuando logro acomodar mis manos en el hueco reluciente bajo el chorro de agua para que mis diez dedos se mojen al mismo tiempo, las muñecas se me tuercen y siento un ligero dolor. Supongo que me iré habituando. O me lavaré una mano a la vez, enjabonándola y tallándola por fuera con cuidado a fin de evitar que se mojen mis pies o el tapete. Quizá me ayude inclinarme, extender las piernas, doblar ligeramente las rodillas para no lastimarme la espalda. Ensayo con mi cuerpo delante del espejo, pero el espacio es subjetivo y sé que no podré trasladarlo al sitio que suelo ocupar cerca del lavabo. Difieren los tamaños, y las proporciones —las mías, en todo caso— se alteran al desplazarse, como si se llenaran de aire. Hay figuras sin luz que pierden la sombra y se ven más pesadas. Muevo el basurero y la vela que está encima de la tapa del excusado. Por más que calculo distancias, no consigo ponerme justo en medio. Lo intentaré mañana, con ojos más frescos.

Sospecho que las palabras que uso no combinan con las caras que hago. ¿Cómo averiguarlo? Si me esfuerzo —valga la paradoja— por actuar de manera natural oigo en mi voz un tono falso, melodioso que seguramente corresponde a una versión rudimentaria de lo "femenino". Según el frutero del tianguis los hombres están acostumbrados a que las mujeres les hablen "con dulzura, suavecito". Yo todavía no aprendo a coordinarme.

Google news logo
Síguenos en
Tedi López Mills
  • Tedi López Mills
  • Ha publicado numerosos libros de poesía, además de cuatro volúmenes de prosa.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.