Mientras chilenos y argentinos reparten culpas por la barbarie en días pasados en un encuentro futbolístico, varios se juegan la vida y hasta conflicto diplomático se asoma a la puerta en la punta sur.
En días pasados el Independiente de Avellaneda y la Universidad de Chile disputaban la revancha por los octavos de final de la Copa Sudamericana, cuando estalló una batalla campal. El saldo de uno de los choques entre aficionados más violentos de los últimos tiempos: 19 heridos, dos de gravedad, y más de 100 detenidos.
La violencia comenzó durante el primer tiempo. Unos hinchas chilenos que a manera muy cuestionable fueron ubicados en la platea por encima de la barra argentina, comenzaron a tirar butacas, piedras y palos hacia la fanaticada de Independiente que estaba debajo. Los videos mostraron a los agresores prendiendo fuego a los asientos y lanzando granadas incluso hacia la zona de las gradas, donde estaban las familias de los jugadores.
Ni la policía ni la seguridad del estadio intervinieron. El inicio del segundo tiempo se retrasó, y el resto es historia, pero de terror. La barra brava de Independiente entró a la tribuna visitante y comenzó a atacar a chilenos que aún estaban en las gradas. Los desnudaron y golpearon. Incluso un hombre cayó hacia el vacío luego de, aparentemente, haber sido empujado por un hincha de Independiente armado con una especie de fierro.
Y mientras el presidente chileno Gabriel Boric dice que no había justificación para ser atacados, cualquier cosa que ello signifique pero implique que podemos pegar pero que no nos peguen. Y el presidente del Independiente alega que si ya saben cómo es su barra brava para qué la provocan.
La sensatez no parece ser la invitada a este juego.
La violencia en estadios y las barras bravas es un fenómeno que no cesa en los estadios de América Latina. En el llamado “juego del hombre” sigue prevaleciendo la violencia y los apasionamientos irracionales. De acuerdo con el argentino Diego Murze, autor del libro "Futbol, violencia y estado", en entrevista con la AFP, “existe una idea de que los estadios son espacios donde es legítimo cometer actos de violencia, no solamente física, sino de racismo u homofobia". Asimismo agregó que existe una "lógica tribal que siempre primó en el futbol", una cultura de provocación entre hinchadas que siempre estuvo "presente".
Y así, mientras los clubes parecen ser ciegos ante esta violencia y el público ante cada tragedia pide mayores sanciones, parece olvidarse que la solución no son las sanciones, sino romper con la raíz de la violencia. Educar en respeto, no promover la cultura tóxica del fanatismo en el futbol.
Que el juego del hombre no tiene que reproducir patrones de violencia patriarcal y que el que no pega no es macho. Es más hombre el que resiste la provocación que aquel que lanza al aficionado por el vacío. Es hora de vencer por goliza esa violencia ancestral.