De qué sirve dar tanto brinco estando el suelo tan parejo, parece haberles dicho la creadora digital Doris Jocelyn a las instituciones responsables de la promoción cultural del país.
Apenas hace unos días la tiktoker mexicana se popularizó entre los denominados makeup artists. Primero con su participación en un reto de maquillaje en el que creadoras de contenido se transforman en un personaje de la película de Bollywood “Asoka”, nombre que también recibe el trend. Pero la creadora mexicana decidió que era buena idea generar un trend “mexa” sin más herramientas que el maquillaje y su propio rostro como espacio creativo.
Y así, sin más, Doris Jocelyn generó un video representando a través de maquillajes diferentes manifestaciones asociadas a la cultura mexicana. Desde el mariachi, la lucha libre, el Cine de Oro, la radio, las Tehuanas, el Día de Muertos y la emblemática fumarola del Popocatepetl. Y el algoritmo, lo orgánico, hicieron su magia. O complementaron la majestuosidad de la creación de Doris.
El video rápidamente se viralizó alcanzando más de 280 millones de vistas y 28 millones de “favs” desde su lanzamiento el 20 de mayo. Los medios entonces voltearon a verlo, y comentarios de todo el mundo exaltaron la cultura mexicana, lo fastuoso, lo grandioso.
Es momento de replantearnos la utilidad de los nuevos lenguajes. Porque el video que cautivó a la audiencia del metaverso fue más allá de las muestras puristas a las que nos tienen acostumbrados las visiones tiesas o exquisitas de la cultura mexicana, incluyendo referencias pop desdeñadas por gustos refinados que menosprecian a Luis Miguel o se enorgullecen de no reconocer una canción de Peso Pluma.
¿Por que hemos rechazado el uso de nuevas herramientas y lenguajes nuevos para comunicar nuestras tradiciones e identidad? El video ha sido más visto y reproducido que cualquier promocional de institución o agencia dedicada a difundir nuestro turismo y cultura. Y con resultados más eficaces, quizá sin proponérselo.
Y también desafía a algunos sectores pretenciosos de las audiencias digitales. En especial aquellos donde se han agrupado las voces que se rasgan las vestiduras ante el uso de las tecnologías, las redes sociales y la Inteligencia Artificial, al considerar que contaminan el buen gusto.
Es indiscutible la ruptura generacional abierta entre la generación Z (y no tan Z) que predomina entre la audiencia de TikTok y las que los precedieron, negados a entender lo que son capaces de provocar los trends, esas olas que conforman lo que está moviéndose en la red, lo que todo mundo quiere recrear o imitar. Son la versión posmoderna digital de las corrientes, el “ismo” de las tribus digitales actuales.
Pero mientras lo más rancio de nuestros prejuicios nos hace seguir añorando viejos modos de comunicar, es claro que están surgiendo formas innovadoras de generar una difusión cultural efectiva… tan solo con maquillaje y un teléfono inteligente.