Claudia Sheinbaum tiene un problema. Y no es que Trump ya lleve buen rato respirándole al cuello. Tampoco es que la economía mexicana, luego de tres o cuatro sexenios de crecimiento sostenido, se encuentra peligrosamente debilitada por siete sólidos años de desmantelar incentivos, de aniquilar garantías, de espantar inversiones, de endeudarse y de subsidiar a lo baboso sin crear riqueza. Ni que la violencia generada por el crimen organizado no tenga trazas de parar, sino al contrario.
Todo esto es como para encender los focos más rojos. Pero el meollo del hoyo es que buena parte de lo que podría hacerle perder el sueño a la Presidenta, como los caminos que llevan a Roma, cristalizan en un solo alef: su necesaria subordinación a López Obrador. ¿Por qué necesaria? Pues porque Sheinbaum jamás hubiera sido elegida por el dedo destapador de no ser por haberle demostrado una y otra vez al ex presidente vitalicio que ella, más que todas las otras corcholatas, solo tenía los intereses del tabasqueño en mente, sin agenda propia ni ambiciones personales más allá de servirle, de cuidarle las espaldas y de continuar su proyecto sin cambiarle una coma.
¿Qué va a hacer ella hoy cuando las consecuencias de la ineptitud, la corrupción y la estulticia de quien fue la fuente de su triunfo en 2024 se han convertido, en el mundo real, y no es ese Pejéxico imaginario que glosan los plumíferos a sueldo del nuevo partido de Estado, en las causas de buena parte de sus peores bombas de tiempo? Porque es imposible ofrecerle al Big Stick al norte, y a los creadores de empleos y de capitales, garantías reales en seguridad física o jurídica sin ir frontalmente contra las políticas centrales al discurso y al actuar de López Obrador. Contra sus abrazos no balazos, sí, pero también contra su visión madre, una donde el Estado es él, donde el gobierno es rector de una economía que nunca entendió a cabalidad, donde la creación de riqueza es pecado y donde la lealtad al amado líder es mayor a cualquier competencia y absuelve cualquier delito.
Las contradicciones entre seguirle dando coba al frágil ego de López Obrador y apagar los fuegos que amenazan con devorar a México nos dan viñetas como la de una Presidenta que enfatiza que “ya no hay corrupción” mientras se toma la foto con Manuel Velasco, le da carpetazo a Segalmex y defiende el dispendio y el descarado tráfico de influencias de los hijos del de La Chingada. Que afirma que va con todo contra el crimen organizado mientras su policía en jefe anuncia reuniones de seguridad con Rocha Moya, y que se contorsiona para exculpar al casi hermano de López cuando éste aparece ligado más allá de cualquier duda razonable al cártel de La Barredora.
Claudia Sheinbaum tiene de dos sopas: o se enfrenta a la herencia maldita de López Obrador o se enfrenta a la dupla venenosa de Trump y de la cada vez más próxima insolvencia del país. Porque los malabares que hasta la fecha ha hecho para mantener separados a ese fuego y a aquella estopa no le van a durar para siempre. Y lo peor es que las consecuencias de su imposible decisión las vamos a pagar entre todos.