Decía Borges que la vejez puede ser el tiempo de nuestra dicha. Ya Sócrates llegó a conclusiones similares en la plática que sostuvo en casa de Céfalo: el acaudalado anfitrión que decía identificarse con Sófocles, para quien la vejez le había liberado de las pasiones tiránicas del amor y le había permitido vivir en reposo y libertad. A eso, Sócrates respondió algo así como “es fácil decirlo cuando tienes tanto dinero”. Céfalo, millonario, pero no pedestre, aclaró que hay quienes ni con todo el dinero lograrían estar en paz con su vejez. En pocas palabras, algunos bienes materiales son necesarios, pero no bastan: hace falta también un cierto carácter.
La verdad es que no existe una sola forma de envejecer. Algunas mujeres de mi edad, como la gran Madonna, gracias a múltiples cirugías hoy resultan irreconocibles; igual la preciosa Nicole Kidman, que en su última actuación luce una grotesca mueca simiesca. Por otro lado, contemplo la faz de Marguerite Yourcenar, que vieja y hermosa, irradia paz. La concatenación de ideas me hace recordar a otra Marguerite muy diferente: Duras. Uno de sus libros comienza evocando las palabras de un desconocido, de joven le parecía bella, pero nunca tan bella como en la vejez. De modo que se puede ser una vieja hermosa, que viva en una profunda amistad con sus canas, sus arrugas y su cuerpo, cualquiera puede amarse a sí misma, diría yo.
Quizá nuestra relación con la propia vejez delate una cierta idea de la vida y de la muerte. Una se puede morir a cualquier edad, pero cuando somos jóvenes, caminamos ante un horizonte que se aleja. En cambio, vivir la vejez es como caminar hacia un horizonte que ya no se aleja, que se queda quieto, estable, esperando que nos acerquemos cada día, un poco más. Así, el espacio entre una y la muerte se va haciendo más breve y, por lo mismo, la vida se torna aún más valiosa: cada momento es un regalo digno de ser vivido; cada día, es un día sin futuro; cada vivencia, un instante eterno, un presente absoluto. Y “presente”, significa también “regalo”.
Sí, la vejez puede ser, sin duda, el tiempo de nuestra dicha.