Cultura

Soy marino vivo errante…

El huapango, de puño y letra del joven José Alfredo Jiménez. ESPECIAL
El huapango, de puño y letra del joven José Alfredo Jiménez. ESPECIAL

El mes pasado tomé el mar —o la mar— como tema para mi columna porque había encontrado un poema de Guillermo Prieto, que me llevó a la canción titulada: “Dios me señaló”.

Resalté el amplio simbolismo que guarda el elemento agua, pero también el vasto mar.

Deseo recordar aquí que, dentro de su polisemia, tanto la dinámica como la transitoriedad que caracterizan al mar, será importante tenerlas presentes para la lectura de este artículo.

Revisando las letras inéditas de José Alfredo que conservo en una libreta negra y que él le regaló a mi madre unos años después de haberse casado, me sorprendí al leer en la página 28 los versos de un huapango titulado “Soy marino”, escrito en julio de 1943.

Mi padre tenía apenas 17 años, no había terminado la educación primaria, pues cabe recordar, que en su Dolores natal concluyó el tercer año. y en el Distrito Federal cursó el cuarto grado en el Colegio Franco Inglés de Sadi Carnot, durante 1936. Después tuvo que dejar la escuela, retomándola unos años más tarde en el sistema nocturno. Su certificado data del 30 de noviembre de 1943.

“Soy marino vivo errante, cruzo por los siete mares y como soy navegante vivo entre las tempestades…”.

Aquí termina la primera estrofa. Sin embargo, en la canción que conocemos, dicha estrofa se extiende cantando: “…desafiando los peligros que me dan los siete mares…”.

Me doy cuenta, entonces, que tengo entre mis manos un manuscrito original que se entrega a mí completo. Es una joya para la investigación, de manera que iré develando para ustedes una interpretación.

Debo comentarles, que estando en la universidad, durante el doctorado, tuve la suerte de llevar con el doctor Samuel Gordon el seminario en donde aprendimos a trabajar con manuscritos y mecanoscritos originales. Son una verdadera fuente de riqueza; pues revelan características particulares del autor que no podríamos descubrir en un texto ya impreso.

La plenitud que encierra el simbolismo del número siete es casi infinita. Cito a Chevalier: “…siete corresponde a los siete días de la semana, a los siete planetas, a los siete grados de la perfección, a las siete esferas o niveles celestes, a los siete pétalos de la rosa, a las siete cabezas del naja de Angkor, a las siete ramas del árbol cósmico y sacrificial del chamanismo…”.

En fin, para diversas culturas el siete abarca el universo. Agrega: “El siete simboliza el acabamiento del mundo y la plenitud de los tiempos…”. Es, desde el Génesis, totalidad, pues Dios descansa después de haber creado el mundo. Este marino también abarca la totalidad ya que navega por los siete mares.

Es evidente que este manuscrito fue la base para después escribir “El siete mares”. Señalo que hasta 1963 José Alfredo la grabó en la RCA Víctor. Cabe mencionar que el LP contiene éxitos muy conocidos: “Media vuelta”, “Serenata sin luna”, “Llegó borracho el borracho”, “Dios me señaló”, “La mano de Dios”, entre otros. Leo en la segunda estrofa del documento:

“Cuando el mar está tranquilo y hay estrellas en el cielo, fumo para ver si olvido a la joven que yo quiero…”.

La palabra joven aparece resaltada con un lápiz más intenso, se nota como si hubiera cambiado o corregido el vocablo. Pero, en la canción que quedó grabada, los versos cambian de este modo:

“Cuando el mar está tranquilo y hay estrellas en el cielo, entre penas y suspiros le hablo a la mujer que quiero y solo el mar me contesta: ya no llores marinero…”.

Las siguientes estrofas no tienen parecido con la canción que nosotros conocemos y que ha sido grabada por intérpretes de gran renombre como Pedro Fernández o Luis Miguel. Les comento que, en ocasiones, mi padre le pedía a Paloma que le prestara la libreta negra y se ponía a trabajar con las letras que iba encontrando, con la finalidad de utilizar algunas estrofas o modificar versos o tomar la canción casi completa.

“Me dicen el Siete Mares porque ando de puerto en puerto llevando conmigo mismo un amor ya casi muerto; yo ya quisiera quedarme juntito a mi gran cariño, pero esa no fue mi vida: navegar es mi destino…”.

Navegante y navegar son palabras que lleva el poema y que remiten a una explicación parecida, pero con diferencias significativas, pues la nave simboliza la vida, ese destino o ese trayecto: circular por los senderos de la vida. Sin embargo, dentro de la interpretación del verbo, Chevalier indica que se vea la “…navegación como medio de alcanzar la paz, el estado central o nirvana.” En la canción esta idea se demuestra en el verso que canta: “Yo ya quisiera quedarme juntito a mi gran cariño…”. Y se refuerza en la estrofa final:

“Olas altas, olas grandes que me arrastran y me alejan, cuando anclemos en Tampico quédense un ratito quietas, tan siquiera cuatro noches si es que entienden mis tristezas”.

Aunque parezca una paradoja, las olas representan el principio pasivo, porque a pesar de su dinamismo, de que nos arrastren y nos alejen, su vaivén nos hace ser presas de ellas. En la mitología griega son las Nereidas, nietas de Océano, son incontables: cantan, hilan, tejen y lucen sus hermosas cabelleras; empero, siempre están en constante movimiento; de ahí que el trovador les pida que se aquieten. Necesita anclarse para encontrar la paz. Busca Tampico con las ansias de Odiseo que navegó diez años para regresar a Ítaca.

Nota: observar la dedicatoria al final del manuscrito:

“Este huapango está inspirado en el honroso cuerpo de la marina”.


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Paloma Jiménez Gálvez
  • Paloma Jiménez Gálvez
  • [email protected]
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.
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