Si leer, cobija; escribir, desnuda. ¿Qué ocurre cuando se habla del ámbito editorial? Reflexiones de esta naturaleza tienden puentes, lazos en común, acercan a otras voces. Eso es lo vertido en este libro que se publicó por el medio siglo de vida de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), un espacio abierto al diálogo, las ideas y, sobre todo, a la publicación de libros. Tomando en cuenta que la revista Casa del tiempo ha tenido diferentes épocas con sus respectivos editores, Ximena Yáñez Chávez emprendió una búsqueda de los ensayos que se publicaron en esas páginas y que tuvieran en común el presente, el pasado y el futuro del libro.

Tal vez así se dejó de lado la idea de reunir los mejores textos, porque el riesgo de caer en un muestrario de amigos hubiera quedado latente. O la visión del antologador se vuelve estrecha, si se entusiasma más con los autores por la cantidad de libros publicados que por la calidad del texto en cuestión. Lo cierto es que la forma en que resolvieron hacer un reconocimiento a la revista de la UAM resulta certera y encomiable.
Los editores, en muchas ocasiones, renuncian a publicar antologías sobre diversos temas y entierran proyectos que pudieran haber sido valiosos. Las editoriales universitarias e independientes deben buscar esos espacios que lo comercial desprecia y hallar las oportunidades de presentar libros valiosos que trasciendan, que hagan que el lector los busque de manera incansable hasta dar con ellos, como es el caso de esta selección en torno al libro.
Aurora Díez-Canedo publicó, en septiembre de 1996, el ensayo “Las mujeres y la industria editorial”, un recorrido que toma en cuenta la presencia de la figura femenina como impulsora de la lectura, en la época de una incipiente industria editorial. Díez-Canedo hace referencia a Books. The Culture and Commerce of Publishing (University of Chicago Press, 1982), en donde se detalla que las mujeres hacían una labor de manera invisible, y que luego fue concebida de otra manera. No era visible porque en su papel de esposas, hijas, hermanas de los editores leían los manuscritos y opinaban. Con el tiempo adquirieron habilidad para detectar cuáles eran los libros por los que debían apostar. Luego comenzaron a trabajar como asistentes editoriales y les dieron a su cargo las colecciones de libros infantiles. Ese, en cierto modo, fueron los primeros empleos de las damas en el medio editorial. Además, influyó que se graduaban más mujeres que varones de las carreras de letras y humanidades, y entonces salían a buscar empleo en el ámbito editorial. Se menciona aquí que algunas de ellas estaban dispuestas a aceptar la nueva tarea, incluso sin una remuneración económica, pues iban a ganar prestigio al formar parte de tal o cual editorial.
Es lamentable que el ingreso de las mujeres editoras ocurriera de esa manera. A los editores les convenía contratar mujeres porque les otorgaban menos ingresos o no les daban, siempre estaban “disponibles, eran adaptables y contaban con la preparación y capacidad requeridas”. Desde la perspectiva de Díez-Canedo, “dentro de las grandes editoriales pocas mujeres han conseguido llegar a los puestos importantes. Mientras algunas se han convertido en directoras editoriales de libros infantiles, o directoras de publicidad, y algunas en editoras, sólo contadas han alcanzado los puestos ejecutivos clave”. El texto de la investigadora universitaria es quizá uno de los más relevantes del compendio.
Otra intervención memorable es la de José María Espinasa, quien brinda su perspectiva al frente de Ediciones sin Nombre, una editorial independiente que le tocó padecer estragos de la burocracia cultural estatal en el sexenio de Vicente Fox, específicamente. Espinasa rememora que Fox bloqueó la Ley del Libro, “sin darse cuenta de que si grandes consorcios editoriales pueden darse ese lujo [se refiere a las donaciones de libros], la mayoría de las veces son saldos, para los editores independientes es un esfuerzo muy costoso, dado sus bajos tirajes y sus políticas contra el remate”. El editor y poeta compara el libro independiente con una zona de desastre floreciente, “como en las películas de ciencia ficción”, dice, “en las cuales el campo radiactivo de pronto se cubre de flores”.
Espinasa, en su lúcido reclamo, denuncia una persecución fiscal que las editoriales independientes padecían porque se les enfrentaba a “inverosímiles leyes hacendarias y fiscales” que terminaban por conducirlas a la quiebra. La conclusión a la que llega el ensayista es enérgica, pues al Estado no le importaba realizar un fomento a la lectura y menos un apoyo a los editores independientes, pues nunca se implementó “una política de apoyo fiscal a la industria editorial en su conjunto y a las pequeñas editoriales en particular”. Cada seis años se vuelve una necesidad revisar los nuevos programas gubernamentales que tienen que ver con la industria editorial y que no se queden sólo en buenas intenciones.
La académica Tatiana Sorokina elabora una investigación sobre las “Alternativas hipertextuales: la versatilidad de lectura y de producción escrita”, un panorama de cómo el libro se ha ido adaptando a las nuevas tecnologías. Habla de cultura tradicional como si leer un libro impreso fuera sinónimo de ello, acaso como si los lectores de libros en físico fuéramos una especie de seres humanos en resistencia. Esto último está en tela de juicio, porque los lectores nos adaptamos a la tecnología, aunque nunca será lo mismo tocar el papel, olerlo, dejar un separador ahí, que en un dispositivo electrónico marcar con tal o cual color, y un día perder lo marcado, o todo el libro por distintas causas propias de la modernidad. Resulta interesante el desglose y el convivio de voces en estas páginas que van desde José Saramago, Kenzaburo Oé, Martine Bulard, Jacques Derrida hasta Giorgio Cardona y Vandendorpe. Este último diserta sobre las mutaciones del texto y la lectura.
Una oda se erige en “Mi Kindle no es mi Kindle”, de Gerardo Piña. El entusiasmo queda a la vista, pero sus comparaciones se evaporan en un parpadeo electrónico, aunque diga que su dispositivo electrónico es lo más cercano a un libro de arena.
Por su parte, Evodio Escalante recuerda la labor de Carlos Montemayor como fundador de la revista y responsable de bautizar así a la publicación uamera. Ese nombre lo sugirió “don Miguel León Portilla, a quien se debe el In Calli Ixcahuicopa —o sea el ´Casa abierta al tiempo´ deviniendo lema de nuestra institución”. Escalante, crítico literario, poeta y maestro en esa universidad desde hace tiempo, refiere que Carlos Fuentes se quejó, “con resignada melancolía”, que la universidad se le adelantó y le ganó un título que había pensado para uno de sus libros. Al parecer se trataba de un volumen de cuentos que se iba a llamar Casa del tiempo. Y Fuentes se tuvo que resignar. En ese mismo texto, el autor reflexiona de manera puntual sobre el propósito de la publicación. “Una revista está obligada a respirar el tiempo que le ha tocado vivir. Tiene que ser hospitalaria del tiempo al que le corresponde. Hay en ella, pues, una disposición a la contemporaneidad que se antoja irrenunciable; sobre todo, si se quiere ser fiel a la vocación que se anuncia en el lema que se dio a sí misma nuestra universidad”.